Angel Garrido,
que fue presidente de la Comunidad de Madrid hasta hace unos días, se acostó
siendo PP y se ha
levantado de Ciudadanos.
Lo más chocante es que ha dado tan significado salto de mata estando en la
lista de las elecciones europeas –en la cuarta posición-- por los de Casado. Estupor en las filas de su anterior
partido, que se enteraron gracias a que García lo informó en su programa, ARV.
Lo de Garrido es, sin duda, de traca. Extraño personaje. Tan poco de fiar que
yo no recomendaría a nadie que fuera con él al bar de la esquina y vigilancia a
los camareros, no sea que se fuera sin pagar.
Ahora
bien, Garrido ha puesto de manifiesto un problema político de gran envergadura.
Es cierto que no ha sido el único que ha dado tan insólito salto, pero su alta
jerarquía institucional le da una extraordinaria relevancia. Garrido ha puesto
en evidencia el fracaso del nuevo
Partido Popular. La tesis de Casado –o de José María Aznar-- era la
siguiente: tras los resultados del último congreso, que aupó a Casado a la
cúpula, los militantes de siempre, los de toda la vida, volverían en masa a la
casa grande. Como el turrón El Almendro
en Navidad. Pronto se vio que era una previsión sin fundamento. Pasó justamente
lo contrario. La aparición fulminante del partido ultra se concretó, al menos
en: marcó el discurso de Casado, y la militancia sumergida, la que estaba en
casa pepera, empezó a engrosar el partido ultra. Más todavía, cargos
institucionales y dirigentes del PP siguieran igualmente esos pasos. Otros, en
menor medida, aunque figuras destacadas, hicieron las maletas a casa Rivera. Fracaso
sin paliativos de una estrategia diseñada por gentes imprudentes que –para
mayor inri-- se pusieron en manos del
hombre de las Azores, el hombre a quien no le aguanta la mirada ni Dios.
Por
otra parte, la pintoresca política de fichajes,
que ha puesto en marcha el PP, ha generado un profundo malestar en la
organización. Se diría que una agrupación de agraviados. Gente variopinta
y pintoresca, que tiene un grave
problema con la sintaxis. Por cierto, observen hasta qué punto los medios de
comunicación deterioran el lenguaje: fichajes. El transfuguismo se endulza
ahora con ese término de uso deportivo. Me permito llamarlo mercenariado.
Rivera no quiere ser menos, enviando al desván de los recuerdos sus inocuas
políticas de regeneración.
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