Hace años escribí sobre las primarias en los
partidos políticos. Me felicité de esa práctica y, simultáneamente, llamé la
atención sobre algunas hipotéticas consecuencias negativas. Hoy tengo la
impresión que no iba descaminado cuando alerté de algunas derivas que podría
traer consigo esa práctica.
Las primeras nacieron como un intento de
democratizar la vida interna de los sujetos políticos. Aunque importante era sólo una medida que
dejaba intacta la morfología del partido en cuestión. De todas formas era un
paso adelante.
Nuestra advertencia en aquellos entonces fue
esta: poned atención porque, así las cosas, el líder aclamado en primarias
corre el peligro del cesarismo. Cesarismo, que hoy algunos politólogos
benévolos llaman «partido de autor». (Qué manía esta de acuñar nuevos términos
que ablandan el tradicional sentido de algunos conceptos fuertes) Poned
atención, porque puede darse el caso que el fortalecimiento del líder está
disolviendo el papel de las estructuras,
que son –o deberían ser-- la espina
dorsal de la organización. Sin ellas el partido será un sujeto desvertebrado,
pura hojarasca. Con lo que, entre otras
cosas, las listas electorales se confeccionan a imagen y semejanza del líder y
no a la del partido. El líder con su nueva acumulación de poder, adobado con el
correspondiente culto a la personalidad.
Así, pues, el objetivo de las primarias se ha
ido convirtiendo en lo contrario de lo que se pretendía inicialmente. En esto,
desgraciadamente, convergen todas las fuerzas políticas. Las primarias como
chuchería del espíritu. O, más bien, como perifollo. Que ha ido desfigurando
–todavía más-- al tipo de partido que
hemos conocido.
Ya sólo falta que el líder imponga a su caballo
en las listas electorales para el Senado. Lo hizo Calígula sin necesidad de elecciones con el aplauso de
los senadores. Incitatus se llamaba el
caballo, que por cierto nació en Hispania. Nos lo explica el viejo Suetonio. La historiografía reprocha al emperador tamaño disparate.
Pero modestamente soy del parecer que fueron los senadores los máximos
responsables de la faena, porque prefirieron seguir ocupando prebendas y
sinecuras a decir ¡basta!
No hay comentarios:
Publicar un comentario