jueves, 21 de marzo de 2019

Un caballo en las listas para el Senado



Hace años escribí sobre las primarias en los partidos políticos. Me felicité de esa práctica y, simultáneamente, llamé la atención sobre algunas hipotéticas consecuencias negativas. Hoy tengo la impresión que no iba descaminado cuando alerté de algunas derivas que podría traer consigo esa práctica.

Las primeras nacieron como un intento de democratizar la vida interna de los sujetos políticos.  Aunque importante era sólo una medida que dejaba intacta la morfología del partido en cuestión. De todas formas era un paso adelante.

Nuestra advertencia en aquellos entonces fue esta: poned atención porque, así las cosas, el líder aclamado en primarias corre el peligro del cesarismo. Cesarismo, que hoy algunos politólogos benévolos llaman «partido de autor». (Qué manía esta de acuñar nuevos términos que ablandan el tradicional sentido de algunos conceptos fuertes) Poned atención, porque puede darse el caso que el fortalecimiento del líder está disolviendo  el papel de las estructuras, que son –o deberían ser--  la espina dorsal de la organización. Sin ellas el partido será un sujeto desvertebrado, pura hojarasca.  Con lo que, entre otras cosas, las listas electorales se confeccionan a imagen y semejanza del líder y no a la del partido. El líder con su nueva acumulación de poder, adobado con el correspondiente culto a la personalidad.

Así, pues, el objetivo de las primarias se ha ido convirtiendo en lo contrario de lo que se pretendía inicialmente. En esto, desgraciadamente, convergen todas las fuerzas políticas. Las primarias como chuchería del espíritu. O, más bien, como perifollo. Que ha ido desfigurando –todavía más--  al tipo de partido que hemos conocido.

Ya sólo falta que el líder imponga a su caballo en las listas electorales para el Senado. Lo hizo Calígula sin necesidad de elecciones con el aplauso de los senadores.  Incitatus se llamaba el caballo, que por cierto nació en Hispania. Nos lo explica el viejo Suetonio. La historiografía reprocha al emperador tamaño disparate. Pero modestamente soy del parecer que fueron los senadores los máximos responsables de la faena, porque prefirieron seguir ocupando prebendas y sinecuras a decir ¡basta!

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