La
campaña electoral no ha empezado oficialmente todavía. Pero oficialmente ha
empezado el chillerío. Sin lugar a dudas subirá el diapasón. Por los decibelios
que consiga cada orador se podrá intuir qué relación inversamente proporcional
tendrán sus resultados. Una primera advertencia: esta campaña la ganará quien
hable más bajito. Quien con voz queda insinúe sus propuestas. Es muy posible
que el electorado se lo agradezca.
Segunda
advertencia: quien diga más gilipollescencias será penalizado. Dos de ellas ya
han sido puestas de manifiesto. La primera es obra del hijo del Duque. La
chocante relación entre el hombre de Neandertal y el aborto, de un lado, y, de
otro, su referencia a la Ley de Salud del estado de Nueva York han evidenciado el barullo mental de este
candidato. No sólo su capacitación política sino también su indocta preparación
cultural. Aunque seguramente lo más relevante es la demostración de que la
«política de fichajes» --al menos en este caso-- es lo más cercano a la caca de la vaca.
Tercera
advertencia: quien descoloque a su electorado, ya sea actual o potencial, se
arriesga a provocar desconcierto como primer paso de huida hacia otros
caladeros. Pongamos que hablo de Miquel Iceta, un político curtido y frecuentemente ponderado,
pero que en las grandes solemnidades le pierde la estética. Sus recientes
declaraciones sobre los porcentajes ideales para celebrar un referéndum en
Cataluña es un ejemplo de cómo no se debe pisar charcos en los procesos
electorales. Porque, además, te arriesgas a que el primo de Zumosol te corrija
y quedes un tantico averiado. Es aconsejable, pues, que Iceta en plena campaña
electoral deje de hablar de la conjetura de Goldbach:
«todo número mayor que 2 puede escribirse como la suma de dos números primos».
Quien ha intentado demostrarla ha fracasado.
Cuarta
advertencia: quien quiera hacer las cosas de manera prudente –es una sugerencia
a las izquierdas-- debe seguir el manual
de Quinto Tulio, hermano menor de Cicerón: «De petitione
consulatus». Un poco rancio, porque algo ha llovido
desde entonces. Pero que, como mínimo, alerta contra las gilipollescencias en
tiempos electorales.
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