El
comportamiento recurrentemente estrafalario de ese Quim Torra está dando mucho que hablar en
ciertos sectores independentistas. Especialmente en el grupo dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya. El reciente esperpento de los lacicos
amarillos ha llegado a lo que Unamuno, que tenía bula para acuñar neologismos,
definió como «grotesquez». Un conspicuo dirigente de ERC ha afirmado en privado
que «ese payo acabará jodiendo la
marrana». Le pregunto, entonces, por qué no salen a cantarle las cuarenta al
«payo Torra» que podría acabar chafándoles la guitarra. Que el silencio de, entre otros, Esquerra
avala indirectamente al caballero que ejerce formalmente como presidente de la
Generalitat, el «payo Torra» como le ha
llamado ante mi sorpresa.
La
respuesta de mi interlocutor es la siguiente. Torra es un aventurero, incapaz
de saber la diferencia entre política y bronca, entre resistencia y
alternativa. A nosotros, ERC, nos va bien ese comportamiento: va restando
apoyos al PDeCAT y a todo lo que huela a Waterloo y, en cambio,
nosotros aparecemos como lo sensato y
moderado. Y eso nos conviene, ahora más todavía cuando empezamos a detectar
ciertas bolsas de cansancio. La confrontación con la Junta Electoral
Central –prosigue mi interlocutor— no
tenía ningún sentido. Ha sido una tontería.
No
estoy de acuerdo con mi interlocutor: no ha sido una «tontería». Ha sido mofa y
befa de la Junta Electoral Central. Con unas repercusiones sobre Torra que ya
iremos viendo. Más todavía, esas repercusiones afectarán a ERC que tendrá que
decidir si apoya a Torra o mira hacia otra parte. O, lo que es lo mismo: la
estupidez militante del payo puede
sobrepasar y desfigurar la sedicente moderación de los de Junqueras.
En
resumidas cuentas, el payo les está diciendo que prefiere honra sin barcos a
barcos sin honra. Retórica de mercadillo.
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