martes, 4 de diciembre de 2018

Crónica de un desastre no anunciado


Queda mucho por decir de la debacle de la izquierda andaluza. Y, sobre todo, queda mucho por enseñar a sus dirigentes.  Por eso he recomendado a los grupos dirigentes del PSOE y Podemos que acudan a Dehesas Viejas, un pueblo de los granadinos Montes Orientales. Allí tienen la oportunidad de saber cómo la palabra razonada, con la sobriedad de los serranos, se hace política sólida. Política con eficacia berlingueriana.

1.--- Ha empezado a correr por los dicasterios políticos de la izquierda la idea de la negativa influencia del independentismo catalán en los comicios del domingo. No digo que no. Ahora bien, así las cosas, si se magnifica este argumento se entraría en la fase de la excusa: los grupos dirigentes quedan exculpados. La culpa es exógena, nada tiene que ver con ellos. Con lo que el pintoresco diputado Rufián, a quien ya se le ha achacado la responsabilidad del desastre, sería el protagonista del fracaso. Seriedad, por favor.

2.--- Las izquierdas andaluzas no han tenido en cuenta que, desde el año 2004, se inicia una parábola descendente que nadie, según parece, ha detectado. Esta es la evolución de la parábola: 50,4 % (2004), 48,4% (2008), 40,7 (2012), 35,4 (2015) y 27,9 (2018). Una sangría que se va acumulando en cada convocatoria y representa la pérdida de 22 puntos y medio. Los datos estaban a la vista, pero los estados mayores no lo vieron. Se iban muriendo de mejoría.

3.--- Tampoco los sismógrafos percibieron lo que, desde hace ya tiempo, iba avisando  machaconamente Javier Aristu: «Andalucía no tiene una identidad social diferente a la de otros territorios españoles o europeos». Se lo oí decir en Sevilla, lo que provocó el estupor de algunos intelectuales andaluces que tenían la brújula puesta en un proto nacionalismo  de pret-a-porter. Por eso, Aristu saca esta conclusión: «La respuesta electoral de los andaluces este día 2D se ha acompasado con la de franceses, ingleses, italianos o polacos, por citar solo cuatro naciones históricas europeas».

En pocas palabras, las izquierdas andaluzas son retóricamente de Letras. La sismografía no va con ellos; las estadísticas, tampoco. Han ignorado la realidad visible y la sumergida. Siguieron a medias la chusca advertencia de Woody Allen: «Yo no creo en la realidad, pero es el único lugar donde me puedo comer un buen filete».

Punto y aparte. El peligro que tienen ahora las izquierdas andaluzas –entre ellas y dentro de cada una de ellas— es que repitan aquello de «derrotados y divididos». Reflexionen con serenidad. Y, sobre todo, vayan a Dehesas Viejas. Ayer hablamos de ello: La lección de Dehesas Viejas en estas elecciones andaluzas. Hay autobuses diarios desde Granada, una ciudad que está cerca de Santa Fe.



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