domingo, 23 de diciembre de 2018

Convicciones, opiniones y ocurrencias




Ayer no me tocó ni la pedrea. Así que, como consolación, acudí al blog del profesor Gregorio Luri, el filósofo de Ocata. Leo:


«Heinrich Heine visitó con un amigo la sobrecogedora catedral de Amiens. Mientras admiraban la imponente fachada, el amigo le preguntó: "¿Por qué ya no construimos cosas como ésta?" Heine le respondió: "Querido Alphonse, los hombres en aquellos días tenían convicciones; nosotros, los modernos, tenemos opiniones, y se requiere algo más que una opinión para construir una catedral gótica".»

Es una cita que habría suscrito Juan de Dios Calero, filósofo de Parapanda. Y, posiblemente, habría añadido una apostilla. Los postmodernos pret-à-porter siguieron el rumbo y de las opiniones pasaron a las ocurrencias con fecha de caducidad. Y, como quiera que las ocurrencias exigen algunas neuronas, se ha montado una industria de ocurrencias para toda ocasión. Ocurrencias postmodernas. No importa que estén preñadas de anacolutos o de silogismos cornudos, tampoco importa que las ocurrencias de ayer sean substituidas por un mismo personaje en dirección contraria. Lo que vale es que quien las lance esté en el famoso candelabro de Sofía Mazagatos, excelsa modelo de los años noventa. Que no supo diferenciar el candelero con el candelabro. Pero,  poca broma con la Mazagatos. Porque ha influenciado poderosamente no pocas  hectáreas de la política española.  Las derechas, hoy, se llevan la palma. Nunca sus dirigentes fueron tan zarrapastrosamente incultos.

Gramsci escribió un ensayo sobre el origen de los intelectuales italianos. Y yo me pregunto: ¿cuál es el origen de la cultura de pedregal de las derechas patrias? ¿cuándo empezó este secano? 





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