viernes, 28 de diciembre de 2018

Cataluña y la paz cartaginesa


1.-- Este año que acaba dentro de unos días  se ha caracterizado por la división explícita del independentismo catalán. Es una fractura, escasamente estudiada, que se caracteriza por: los choques públicos entre las dos principales fuerzas políticas, el alejamiento de la Assemblea Nacional Catalana del govern de Cataluña, la aparición de brechas en el interior de cada partido, el surgimiento de formas de lucha exasperadas y, en ocasiones, violentas por parte de grupúsculos, cada vez más distanciados de lo institucional. Cierto, todos ellos dicen compartir los mismos objetivos («la República catalana»), pero tanta desmembración hace empalidecer tales objetivos.

Simultáneamente se ha ampliado el frente de las asilvestradas derechas españolas, que es contrario a toda solución del problema catalán, basado en la paz cartaginesa. Delenda est Carthago. Es decir, que no quede ni el apuntador. Este comportamiento no ha tomado nota ni siquiera de que su empecinamiento es también responsable del engordamiento del independentismo. De manera que la inexistencia de una derecha ilustrada, claramente democrática, es, además, un problema que dificulta abordar el problema con voluntad de solucionarlo. Por no hablar de la inverecundia de algunos pocos, pero influyentes, viejos galápagos del PSOE. Todos ellos son como el perro del hortelano. Así las cosas, el conflicto puede durar hasta que las ranas críen pelo. Es el inestable desequilibrio de España.

2.— En esa senda se mueve Pedro Sánchez. Y, a ratos discontinuos, Pablo Iglesias, el Joven: a veces cal, a veces arena. En todo caso, nunca como en los últimos meses se han hecho tantas propuestas al independentismo como en esa fase que va desde la caída de Rajoy hasta nuestros días. Unas propuestas que, a decir, verdad hacen que el independentismo haya perdido el monopolio de la iniciativa. Más todavía, que Torra –hoy día de los Inocentes cumple años--  vaya del caño al coro y del coro al caño. Dice querer negociar pero, a continuación, exige lo que sabe que no se le va a ofrecer. Orgulloso, tal vez, de que después de él venga el diluvio.

3.--  Las cosas están mal. Pero hay elementos que se deben observar cuidadosamente. Vean, por ejemplo, el giro del diputado Carles Campuzano, jefe de filas del PDeCAT en el Congreso de los Diputados. En su blog hace una enmienda a la totalidad de las estridencias que vienen de Waterloo. Campuzano no hace un comentario privado sino a la intemperie, en las llamadas redes sociales. No tardarán en ajustarle las cuentas, pero ahí están sus palabras. En concreto, en su sensata opinión indica oblicuamente que deben aprobarse los Presupuestos Generales del Estado, a pesar de todos los pesares. Justamente por eso arrecia desde la aznaridad, una y trina, su llamamiento a la aplicación del 155 «por tiempo indefinido».

Calma, temple. Pedro Sánchez parece saber que debe olvidarse «de los cantos de sirena de la derecha y sacar  provecho de las contradicciones internas del independentismo, que son muchas y pueden estallar en cualquier momento. Tanto es así, que la ocurrencia de Torra sobre la vía eslovena ha sido desmontada en veinticuatro horas por sus propios compañeros de viaje». Un lúcido consejo de Josep Ramoneda que huele por donde sopla el viento.

4.--  Me permito un final, aparentemente al margen de lo anterior. Aznar dirá dentro de pocos días algo todavía más estridente. Su señora esposa y acompañantes han sido condenados con una multa millonaria por el Tribunal de Cuentas por la venta fraudulenta de pisos de vivienda pública a unos fondos buitre. Una multa millonaria. Aznar aplicará la ley de que «la  mancha de la mora con otra verde se quita». No es una inocentada.

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