martes, 3 de agosto de 2021

En Cataluña se ha puesto la primera piedra


 

 

Es la primera piedra de un complejo arquitectónico; de esta ´inauguración´  sabemos el inicio, aunque desconocemos el resto del itinerario. En todo caso, podemos decir, con toda la sobriedad que se quiera, que se ha avanzado. Que en estos momentos, tras la reunión de ayer entre el Gobierno español y la Generalitat, se han iniciado las obras. En efecto, se ha avanzado en diversos aspectos, el más llamativo es el acuerdo de ampliación del aeropuerto de El Prat. El espinazo de Cataluña –el sindicalismo confederal y la patronal Foment--  lo han celebrado. El líder de CC.OO. de Catalunya, Javier Pacheco, ha reclamado «participar en la definición del plan director para garantizar la sostenibilidad ambiental y laboral». Son muchos los amigos, conocidos y saludados del sindicalismo que pueden, en su nombre, participar en dicha definición. Sería deseable que la postura inteligente de Pacheco pudiera contagiar a quienes, desde algunos sectores institucionales, no ven el asunto con simpatía. Ahí lo dejo, educadamente.

Moderada satisfacción, pues, porque políticamente da la impresión de que se ha abierto, todavía sin las puertas de par en par, el diálogo y, más todavía, la negociación. Estupor, sin embargo, en las parroquias de Waterloo y Casado. Y, encima, ahí está, ahí está Pedro Sánchez viendo pasar el tiempo con las primeras brisas de la recuperación de la economía. Waterloo sospecha que el acuerdo no sólo se inscribe en las posibilidades que ofrece la autonomía sino que, además, la consolida. Casado, cual don Quintín el Amargao, es incapaz de salir del glosario cacofónico en el que se ha instalado. Con dos añadidos a tener en cuenta: de este primer acuerdo sale fortalecido el conseller Jordi Puigneró, independentista hasta la muela del juicio, sector Waterloo, pero que poniendo esta primera piedra se aleja de Puigdemont; y, como decíamos ayer, el «lenguaje del abanico» entre el dúo dinámico del PP, Feijóo y Ayuso, intuye que las cabañuelas no parecen favorecer a su (teórico) jefe de partido. Waterloo mira con el rabillo del ojo a Puigneró y Casado, siguiendo el estrabismo de Marujita Díaz, vigila al gallego y a la madrileña.

Mientras tanto, Pere Aragonès García, mantiene su patología bipolar: con la mano diestra firma (y hace bien), pero con la siniestra, para no infundir sospechas en propios y extraños, declara que «Cataluña no es propiedad de España». Ni siquiera el silogismo del cornudo puede superar tan suprema gilipollescencia. En todo caso, dígase la verdad: tampoco Santa Fe, capital cultural y espiritual del Reino de Granada, es propiedad de España y no se ostenta.  No es la tradicional humildad granadina, sino la cultura pragmática santaferina.

 

Blogosfera.---

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