miércoles, 4 de agosto de 2021

¿Debe ser obligatorio vacunarse?


 

Norbert Bilbeny es un reputado filósofo, cuya lectura –a veces inquietante--  me provoca darle muchas vueltas al magín. Sigo sus escritos en La Vanguardia, tan cortos como incisivos, tan austeros como enjundiosos. Hoy publica un billete titulado ´Las antivacunas y la ética´. El tema es, dicho por lo corto, si la vacuna debe ser obligatoria o no. Aprovecha el filósofo la ocasión para dar en la diana de algo a todas luces incomprensible: el silencio de los comités de bioética sobre el particular. Comparto esa inquietud. Ahora bien, una vez leído el artículo con todo detenimiento, no soy capaz de saber qué opina Bilbeny sobre la obligatoriedad o no de las vacunaciones. Ni siquiera un guiño capaz de indiciar qué sospecha. De ahí que, con los escasos conocimientos de mi muy limitada sesera, me disponga a dar mi punto de vista: si estuviéramos hablando se me notaría el tartajeo al abordar asuntos tan graves.

El aparatoso «legalismo moral» de nuestros días, parece ser, induce a que nadie quiera comprometerse a opinar sobre estos temas tan novísimos e inquietantes. Así pues, ello conduce a un vacío que los maîtres à penser dejan de lado intencionadamente. Este legalismo moral viene acompañado porque –algunos afirman desparpajadamente--  que todo aquello que «obliga» es un atentado a los derechos individuales. Hasta tal punto que el casticismo ´tengo derecho a´  ha adquirido validez y dogmática jurídico—política. Por lo que tanta inflación de derechos queda, de un lado, banalizada, y, de otro lado, el derecho a no ser vacunado tiene la misma trascendencia que el derecho a la salud. Menos mal que escribiendo no se me nota la tartamudez.

Y sigo: soy partidario de la vacunación obligatoria, doy por sentado que ello debe ser estudiado meticulosamente y, a ser posible, sin remilgos. El derecho a la salud es prevalente sobre una lectura, incluso seria, del derecho individual a no vacunarse. Contra esto no valen melindres aparentemente democráticos, ni fuegos artificiales. Porque –vayan al grano y no se desvíen por la tangente--  ¿qué hacer para defenderse del peligro real que representan centenares de miles de personas que no quieren vacunarse por las razones que sean –ideológicas o religiosas?

Esto es lo que me dice mi tosco sentido común. A veces contar con los dedos o hacer las cuentas de la vieja tiene más validez que el silencio de los escribidores.

 

Referencia

Los antivacunas y la ética, por Norbert Bilbeny - La Vanguardia

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