martes, 6 de abril de 2021

Semana Santa catalana


 

Antón Costas es, al decir de Thomas Mann, «un hombre de gran formato». Es un sabio este riguroso catedrático de Política económica de la Universidad de Barcelona. Es una persona templada que contrasta con esos irascibles temperamentos que en ocasiones son el refugio para disimular la precariedad de sus conocimientos. Su idea--fuerza es, desde hace años, «la necesidad de un contrato social que reparta mejor los riesgos de la crisis». En estos momentos, el profesor Costas tiene una responsabilidad y un potente altavoz: ha sido nombrado Presidente del Consejo Económico y Social (CES). Muchos amigos, conocidos y saludados no ha parecido la mar de bien este nombramiento. Costas vale –muy de largo— para esa responsabilidad. Abro un arriesgado paréntesis: de igual manera valdría para dirigir la vida política e institucional de Cataluña, que parece orientada a la fermentación de la podredumbre. Cierro el paréntesis, arriesgado o no.

Y es que Cataluña atraviesa, en estos momentos, un periodo de confusión permanente,  que –por si faltaba poco— se ha agriado más en esta Semana Santa.  Lo comentábamos días pasados: la insubordinación del abogado de Waterloo, Jaume (hasta hace un par de años, Jaime) Alonso—Cuevillas. Se trata de un hombre de controvertida biografía: de exaltado españolista a juramentado independentista con la misma velocidad de cambiarse la chaqueta que el cambio de fe de Saulo de Tarso, tras caerse de un jaco camino de Damasco.

Este Cuevillas, ya lo hemos señalado, ha invalidado, desde el sillón de la Mesa del parlamento, la verbenera recurrencia de los independentistas a protestar contra todo lo que venga de España e, incluso y sobre todo, reclamar la autodeterminación. Potente saeta con incrustaciones de martinete.

Patada de Cuevillas a la cruz de los leotardos de la estrategia de Waterloo y muy especial de Laura Borràs. Más rápido que como se las gastaba  aquel tosco georgiano, don José de las Nieves Besarionovic, el rábula Cuevillas ha sido enviado al foso de los leones. La revolución de las sonrisas se ha convertido en muecas a granel y el «esto va de democracia» se ha transformado en los títeres de Cachiporra.

Hay quien ha escrito, desautorizando este estalinismo al baño María, que «los postconvergentes no quieren dar ninguna señal de debilidad en su férrea estrategia de plantar cara al Estado». Disiento.

Los post post post convergentes, rodeados de confusión por todos los puntos cardinales, débiles por sus recurrentes fracasos, ayunos de estrategia, sacan la manivela de las sanciones y envían a Cuevillas a ser sólo un andarín del Salón de los Pasos Perdidos.

 

Post scriptum.--- «Lo primero es antes», o sea: mil parabienes al profesor Antón Costas.  

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