sábado, 5 de diciembre de 2020

¿Una ley de la semana de 32 horas?


 

A ningún maestro de obras se le ocurriría –tampoco al arquitecto más inexperto--  hacer primero una habitación y, una vez acabada, construir la casa. Primero se hacen los planos, después el edificio y, dentro de él, las habitaciones. Esta técnica fue gramática parda en los inicios y con el paso del tiempo se convirtió en esa maciza disciplina que llamamos arquitectura.

El jueves pasado vimos a Pablo Iglesias el Joven que anunciaba la tramitación de la ley de 32 horas semanales con carácter casi inminente. El anuncio  se hizo en la televisión; los medios escritos no han dicho nada, sobre ese particular. Iglesias afirmó que era una buena medida para la creación de empleo. Mi primera sorpresa es que Iglesias  no mencionó la iniciativa de la «Ley de usos del tiempo», que el secretario de Estado de Empleo, Joaquín Pérez Rey, había anunciado en el seminario Time Use Week. De ello he hablado en los últimos días mientras iba a lomos de mi ambulancia de casa a can Ruti (1). Esta iniciativa de Pérez Rey es   rompedora y omnicomprensiva y pretende establecer un vínculo entre tiempos de trabajo y tiempos de vida a través de las pertinentes compatibilidades. Esta es --–digámoslo con claridad--  la casa que los arquitectos del Ministerio de Trabajo y sus maestros de obras intentan hacer. Ojalá se salgan con la suya. La propuesta de Pablo Iglesias sugiere que primero se hace la habitación y después se construye la casa.

Lo que nos propone Iglesias no es pertinente.

Primero, desde hace varias décadas ha caído el mito de que la reducción de la jornada de trabajo era un elemento esencial de fomento del empleo. Véanse los datos y límpiense las legañas de los ojos. Es más, las reducciones de jornada se han hecho de manera tan deficiente que las consecuencias han sido: a) una intensificación de los ritmos de trabajo, al negociarse dicha reducción al margen de la organización del trabajo; y b) deslocalizaciones hacia lugares donde los cómputos horarios son más elevados. Estos son los hechos.

Segundo, en estos momentos de gravísima crisis económica por los efectos de la pandemia, bajar a las 32 horas es un disparate caballuno. Por eso, lo importante  sigue siendo la reordenación de los horarios de trabajo. Lo que supone una vasta red contractual del sindicalismo a lo largo y ancho del territorio.

Y lo más importante: lo fundamental sería poner en marcha el debate sobre la ley de usos del tiempo y, en ese espacio concreto, situar los aspectos de los tiempos de trabajo. De esta manera tendríamos un ´polinomio´ --tiempos de trabajo y tiempos de vida, compatibilizados--  realmente novedoso. Lo que nos plantea Iglesias es la antañona concepción de semana laboral, propia del sistema taylo—fordista, siendo este sistema pura herrumbre. Es chocante el contagio que sufren de lo viejuno algunos de la ´nueva política´. 

En conclusión: esta ley de la semana de 32 horas es una interferencia a la ley de usos del tiempo, un planteamiento potente y adecuado al nuevo ciclo de derechos, dentro y fuera del ecocentro de trabajo, que propone el estatuto de los trabajadores del siglo XXI. En esta ley están los estambres de una manera mejor de vivir. Por lo tanto, no se aturrullen y tengan calma.  

 

1)    Meditaciones desde mi ambulancia (16)

          Meditaciones desde mi ambulancia (17)

 

Post scriptum.---  No me imagino a Pepe Sacristán interpretando La vida es sueño, empezando por el segundo acto. Su padre, don Venancio, le enseñó que «Lo primero es antes». 

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