jueves, 24 de diciembre de 2020

Meditaciones desde mi ambulancia (32)


 

Carles Puigdemont, el hombre de Waterloo, es maestro en picardías y licenciado en martingalas. Ayer decidió que ocuparía el lugar número 1 en la lista de su partido, Junts per Cat, para las elecciones autonómicas catalanas, previstas para el día de san Valentín. Una decisión chocante por dos motivos: uno, las primarias se celebraron hace unas semanas y, nos dijeron, que la lista estaba cerrada; dos, el mismo Waterloo ha anunciado, sin embargo, que el número 1 es meramente simbólico, es decir, no presupone que Puigdemont sea el candidato a la presidencia de la Generalitat.

De ello, desde la comodidad de la ambulancia que me lleva al hospital, saco dos conclusiones provisionales. Primera, de esa manera Waterloo se pasa todas las convenciones al uso por la cruz de sus leotardos; y segunda, (más importante, si cabe) quebranta el sentido de lo que aparentan ser las primarias, ya sea en Junts per Cat o en la Asociación de Fiscales Tonsurados (AFT).

Tiene miga el asunto. El número 1 está en la lista electoral a modo de maniquí de grandes almacenes. Pero, en el fondo, la intención parece clara: Waterloo cree que él --y sólo él--  es el único que puede impedir que Esquerra Republicana de Catalunya quede en primer lugar. Así pues, no es un maniquí sino un reclamo.

Que los inscritos en ese partido –tal vez sería más apropiado llamarle partida--  se traguen ese sapo es cuestión de analizarlo detalladamente. Es la idolatría al jefe, a quien se le permite todo. Mejor dicho, al Jefe. Es la reaparición de un culto enfermizo a la personalidad. Ahora bien, no se trata de hiper liderazgo, sino de sometimiento reverencial del partido  hacia el Jefe.

Un Jefe que rompe todos los esquemas de la tradicional sobriedad de la política catalana, que ha sido sustituida por mercachifles de tres al cuarto en Junts per Cat.

No nos atrevemos a pronosticar qué pasara el 14 de febrero. Será –dispensen la perogrullada – lo que tenga que ser. Es más, somos de la opinión de que ERC, como Dios, prieta pero no ahoga. Pero este no es el quid de la cuestión.

Lo verdaderamente serio es qué cambios se han producido en la sociedad catalana que han llevado a que un sector de la política  haya sido copado por estos quídams, una extraña mezcolanza de lo más grotescamente autoritario y lo más incapaz de cualquier tipo de profesiones. Es la técnica del Vivales.

Waterloo o el machihembrado entre Tirano Banderas, Rinconete y Cortadillo.  

 

Post scriptum.--- «Lo primero es antes». Don Venancio Sacristán nos lo enseñó.  

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