viernes, 25 de diciembre de 2020

El discurso


 

El discurso del sexto Felipe dará mucho que hablar. Los mentideros, tanto  mediáticos como caseros, están en plena ebullición y un enorme calcorreo de mensajes surca los caminos de whatsapp quitando o poniendo rey. Con todo, la ventaja de ese medio es que guarda las distancias sociales y respeta toda la orientación contra el virus.

Atención a lo que nos dice Enric Juliana en su artículo de hoy Regreso a Azaña y a Catalunya (1). Para el afamado comentarista político «el discurso de Navidad del Rey empezó el jueves de la semana pasada». En concreto –nos dice-- cuando en el acto de la exposición de la Biblioteca Nacional, reivindicó la figura de don Manuel Azaña, presidente de la República.  Un mensaje que continúa en la entrega del premio Cervantes de Literatura al poeta catalán Joan Margarit. La importancia política de la reivindicación de Azaña es evidente.

He dicho que los whatsapp crecen y se multiplican desde anoche. Tras la conversación con mi viejo amigo mataronés Antoni Cuadras le concedo lo que me sugiere: «Esperemos el discurso de la Pascua Militar, no creo que sean piezas separadas». Vale, esperemos el discurso de la Pascua Militar. Pero mientras tanto no me resisto a comentar la pieza central del mensaje, uno y trino, del sexto Felipe, esto es, lo que escuchamos ayer noche. La pieza de Juliana es de gran importancia y ahí queda para honra y gloria de don Manuel. La de la Pascua Militar habrá que esperar.

Pero séame permitido una observación: de ese tríptico la pieza central es la más importante a nivel público. Las otras dos –metáforas no irrelevantes— van dirigidas a públicos concretos: el primero a la clase política, el de Pascua al estamento militar y el central a toda la sociedad.

He oído por ahí que ha sido un «discurso inútil». Más bien, entiendo que el discurso es contraproducente. Por esta sencilla razón: no ha tenido en cuenta el principal problema institucional que tiene España, esto es, el rey emérito está siendo investigado por una serie de graves problemas económicos y financieros: las comisiones del Ave a La Meca, las tarjetas opacas y una cuenta activa sin declarar en la isla de Jersey. Así, pues, no procede el silencio del Rey sobre el comportamiento de su padre. Afirmar, en todo caso, que hace una alusión  a ello cuando se afirma que «todos somos iguales ante la ley» es una jaculatoria al ajo arriero.

¿Por qué el discurso lo considero contraproducente? Porque callando la mayor da pie a ser considerado como encubridor benevolente. Pero, con esta mudez voluntaria, el sexto Felipe entra en flagrante contradicción con esa parte de su discurso que afirma con razón que «Los principios éticos están por encima de consideraciones personales o familiares». Facta non verba.  En concreto, Felipe ha actuado más como hijo que como Rey y Jefe del Estado. Que eso lo hiciera su tatarabuelo Alfonso XII con su madre, Isabel II,  podríamos decir que era el signo de aquellos tiempos, pero esto de ahora es agua que está pasando y puede mover el molino.

Ahora la que se nos viene encima es lo siguiente: ríos de tinta y mares de palabras sobre el discurso. Más perejil para las salsas políticas de quienes, a falta de proyecto, se acogen a un nublado para aparentar lo que no son.

En pocas y pobres palabras: este discurso tiene la misma consistencia que una representación de El barbero de Sevilla sin Fígaro.

 

Post scriptum.--- Cuando una persona afirma que «Lo primero es antes» sabe de qué está hablando; es el caso de don Venancio Sacristán.

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