lunes, 28 de diciembre de 2020

Meditaciones desde mi ambulancia (33)


 

Este ha sido un puente largo que me ha permitido librarme de la ambulancia mañanera. Hoy, lunes, reanudo los viajes a lo largo de la comarca—salchicha del Maresme, con el dato siguiente: cuando vuelva a casa me quedarán sólo seis viajes, seis tratamientos de radioterapia a cargo de lo que llaman el acelerador lineal. Vale cerca de tres millones de dólares.  

Estos días me he carteado con un amigo que defendía esta tesis: los sindicatos deben participar activamente en la gestión de los fondos europeos contra los efectos de la pandemia. Lo justifica con la tan cómoda como rutinaria argumentación de que los sindicatos deben estar en todos los lugares donde se ventilan los problemas de los trabajadores y sus familias. Mi punto de vista es diametralmente contrario.

En primer lugar, el argumento «estar en todos los lugares donde se ventilan los problemas de los trabajadores» me parece desenfocado en esta ocasión. En todos los lugares quiere decir que deberían  estar en el Parlamento, pues hasta donde yo sé, ahí también se defiende la condición asalariada. Y en los ayuntamientos. Y –llevando la argumentación al absurdo--  también, siguiendo ese argumento, deberían estar en el gobierno. Así pues, ese «en todos los lugares» tiene importantes excepciones.

Entiendo que los sindicatos deben participar en el control de la gestión de esos fondos, pero no en la gestión. Son dos cosas diferentes. No es función del sindicalismo la gestión, que puede ser apetitosa para algunos. Es más, --aunque este es un argumento funcional--  la acción sindical no puede estar atrapada en una tarea tan enmarañada como la gestión de todo ese inmensísimo dineral. Por supuesto, hago extensivo mi razonamiento contrario a que en ello participen las organizaciones empresariales. Y, por último, existe  otro argumento que no quiero ocultar: los agentes sociales deben estar lejos, muy lejos, de la gestión de esos fondos, porque el dinero no huele decía –Vespasiano--  y tiene la fea costumbre de adherirse a los dedos de todo quisqui. O al revés. Y luego vienen las lamentaciones.

La ambulancia sale de la autopista y entra en Vilassar de Ernest Lluch. Cambio de tercio y me viene a la cabeza lo que dicen  las Noticias: «El Partido Popular duda de la equidad del reparto de vacunas sin datos que lo avalen». Por supuesto, el alcázar de Casado, en marcha acelerada a la bunkerización, no necesita datos para entrar a saco.

Cuando Casado arremetió contra Vox en el Parlamento, hubo comentaristas paraléxicos que anunciaron el giro del PP al centro. Paralexia o legañas. O ambas cosas a la vez. Interpretaron que el cese de Cayetana como portavoz parlamentaria acentuaba dicho giro. Paralexia y legañas. Cayetana fue cesada –lo dijimos— porque se estaba comiendo vivo a un insípido Casado que necesita escribas agachados, mientras la doña es autárquica en sus preguntas y respuestas.

El alcázar de Casado arremete ahora de esa manera, porque no puede exteriorizar su desventura de que las vacunas hayan llegado ya y no poder echarle la culpa al gobierno. Por lo que ya es hora de decir que lamentablemente el grupo dirigente del PP es irreformable. Ojo a los que leen en diagonal: no he dicho que el partido lo sea. De momento, digo lo que he dicho.  

Vuelvo a casa yo solito en la ambulancia. Mañana soleada. En el Maresme, la comarca—salchicha, «esplende il sol dell´ avvenir».

 

Post sriptum.---  «Lo primero es antes», decía don Venancio Sacristán.

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