domingo, 15 de diciembre de 2019

Traición como traducción (1a Parte)


Escriben José Luis López Bulla y Javier Tébar Hurtado

La mayor crisis del sistema constitucional en España se ha expresado a través del llamado “conflicto catalán”. Ya sabemos que, más allá de su singularidad e itinerario, es expresión de una crisis de la democracia española. Pero también sabemos que los desastres no son naturales. Tras la bajamar del llamado 15-M, aquel contencioso pasó a ser el pájaro que canta en la mina alertando antes de la explosión de grisú. La emisión de gases contaminantes en el debate público está sobrepasando los límites aconsejados para evitar un recalentamiento ultra partidista con visos de que podría llegar a ser letal en un contexto de crisis múltiple de la democracia, no ya española sino europea y transnacional. Enric Juliana sugiere la “espuma de Weimar”, que simboliza la crisis y muerte de la república alemana post-primera guerra mundial, como metáfora de lo que acecha al país.

Esta analogía histórica podría ser tremendista en un primer momento, si bien no es descartable. Aunque dada la trepidación de la escena política, como ese balance aparente y casi insensible que los astrónomos antiguos atribuían al firmamento según la RAE, en otras ocasiones aquello que está sucediendo nos remite más bien a la “espuma de la historia” en términos de Braudel, el gran historiador y una de las cabezas visibles de la escuela francesa de los Annales durante el pasado siglo XX.  

La coyuntura puede llegar a enturbiar, a torcer la vista. Particularmente a los políticos que viven de y en ella como el president Torra –informante empotrado a la fantasía de una república inexistente- que, entregado en cuerpo y alma al camina o revienta, promete la redención y el paraíso. Convivir con una política instalada en la coyuntura nos has traído hasta aquí, cargados de oceánicas espumas de los mal llamados “días históricos”.

“Quieres que te agradezca que me estorbas”, le espeta Fausto a Mefistófeles. Los dos están solos en el monólogo “Bosque y Caverna” del Fausto de Goethe. Es lo que parece decirle ERC a los post post post convergentes del caserón de Waterloo. La pregunta es: ¿Solo parece o es realmente lo que le dice? El comportamiento zigzagueante de los partidarios de Junqueras tampoco nos permite una respuesta unívoca sobre sus propósitos. Los datos disponibles indican que ERC da indicios del quiero y tal vez no quiero o puedo la formación del gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos. Esto tiene relación con las características del grupo dirigente republicano. Su competencia, inmediata y mediata, con Waterloo; la epiléptica relación con sus propias bases, muy en especial con sus Juventudes y también con sus Senectudes; con la lucha sorda entre los dos candidatos a ocupar el puesto de Junqueras, es decir, Pere Aragonès, vicepresidente del Govern, y Roger Torrent, presidente del Parlament.

Todas estas cuestiones le ponen a ERC muy cuesta arriba tomar una decisión, aunque no sea imposible que resuelva positivamente la investidura como parecen indicar las penúltimas señales públicas, nuevamente zigzagueantes, que han ofrecido los regateos republicanos. Aunque no se pueda descartar que siga fiel, hogaño, a sus errores de antaño.

No cabe olvidar que ERC ha sido y es un partido-amalgama hecho de corrientes diversas desde su propia fundación en marzo de 1931, creado para reunir a un catalanismo disperso en una coalición electoral que compitió en aquellas elecciones de abril que tumbaron a la monarquía de Alfonso XIII y dieron paso a la Segunda República. Por eso mismo, una organización que se acerca al campo de la experiencia nonagenaria debería haber alcanzado a reconocer errores y albergar con prudencia ilusiones, sabiendo que lo son, de manera que le facilitase descartar por fin el mito de la radical y eterna juventud. Así se entendería que, como fija la expresión italiana “traduttore, traditore”, en todo traductor hay un traidor, y que lo que hoy se requiere es traducir en términos políticos la situación de unas espumas, sean de Weimar o no, que de lo contrario podrían finalmente devenir espumajos en la Historia.

No se trata de reclamar el popular y cinematográfico “Aterriza como puedas”, sino de preparar el campo donde el piloto debe asegurar el pasaje y el avión. El movimiento sindical viene desde hace tiempo señalando un campo de aterrizaje que permita tomar tierra con los menores desperfectos. Si fuera así, la inmensa tarea pendiente, con esos mismos interlocutores, pasaría por hacer frente a los nuevos retos y algunos también antiguos relacionados con la innovación, desestructuración y reestructuración de los sistemas productivos que se ha venido produciendo desde finales del pasado siglo y, en consecuencia, a la veloz y profunda brecha de desigualdades que avanza desde entonces.

Tras el descarrilamiento de Ciudadanos, el apuntalamiento del PP en el ultramontanismo con el aliento de VOX en su nuca, pero también del centrifugado de lo que fue CiU, las izquierdas en esta encrucijada, además de un proyecto propio, tendrán que jugar más de un papel dada la necesidad de facilitar la articulación de una derecha liberal sin adjetivos. Hoy la clave es una reforma fuerte, encontrar un espacio de negociación de la política con el mundo social y del trabajo, con sus actores, y el apoyo a la investidura de un gobierno progresista, con su deseable pacto de legislatura. De lo contrario, no cabe descartar que el espíritu de nuestro tiempo (Zeitgeist) constituya un retorno a los fantasmas del ruido judicial, imitando y dando continuidad a las secuelas de un ochentero Poltergeist.


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