jueves, 26 de diciembre de 2019

Después de la investidura, ¿qué? Una propuesta



Pongámonos en la tesitura de que nos encontramos un día después de la sesión de investidura que abre las puertas a un gobierno de coalición de izquierdas y un nuevo curso parlamentario. Una crónica pormenorizada de los elementos que han hecho posible el gobierno de coalición no debería olvidar estas cuestiones: el coraje de Pedro Sánchez en abrir esa experiencia inédita desde 1977, la apertura de Pablo Iglesias a un pragmatismo clarividente y –en el lugar que objetivamente le corresponda--  al apoyo del sindicalismo confederal.

Como se ha dicho más arriba, estamos en la hipótesis de que ya se ha superado positivamente la investidura. Por lo que a partir de ahora el lenguaje que utilizaré en este ejercicio de redacción es el que concuerda con tal hecho. Que será la base de un nuevo artículo del profesor Javier Tébar y un servidor sobre las cosas presentes y las líneas tendenciales que sugieren. O sea, este escrito es un borrador para amigos, conocidos y saludados; es, pues,  un texto provisional de modificación y desarrollo.

Premisa: la legislatura puede caracterizarse por una inestable relación de fuerzas en el Parlamento. El gobierno PSOE – UP se verá obligado a hacer constantemente encaje de bolillos, que es cosa normal en los gobiernos de coalición. De un lado, se verá agobiado por la tensión de diverso voltaje por parte del «qué hay de lo mío», que es la sal y la pimienta de todo grupo parlamentario que se precie; de otro lado, las cuadernas de la nave gubernamental sufrirán el oleaje más inclemente por parte de los elementos de las derechas de secano y orinal. Legislatura azarosa. La levantisca piratería hará todo lo posible porque dure lo menos posible.

Al sindicalismo confederal no le conviene esa previsión meteorológica. Noé –en este caso paradigma de la cuestión social--  necesita que su arca navegue con la mayor tranquilidad posible y sin sobresaltos. Noé o el sindicalismo confederal.

Al sindicalismo confederal le conviene coadyuvar –desde su independencia y autonomía propias--  a crear un recorrido político—institucional que favorezca a sus representados, es decir, al conjunto asalariado. Con conquistas materiales y nuevos derechos sociales, acordes con el nuevo paradigma de la innovación tecnológica. Primero, porque está en su código genético; segundo, porque la independencia no equivale a indiferencia. En este caso concreto, la independencia sindical comporta beligerancia por el cuadro político e institucional más favorable para sus representados y para –dígase sin tapujos--  para el sindicalismo en tanto que tal. Es hora ya de no confundir al sindicato con la muy venerable orden franciscana.

«Hoy la clave es una reforma fuerte, encontrar un espacio de negociación de la política con el mundo social y del trabajo, con sus actores, y el apoyo a la investidura de un gobierno progresista», como decimos Javier Tébar y un servidor ayer en El País (1).   

Se trataría pues de un encuentro de nuevo estilo entre la política y el sindicalismo de contención y alternativa. De contención frente a los embates de los agitadores y subversivos de las derechas de todo pelaje; de alternativa de reformas dignas de ese nombre. Con resultados materiales. Y, además, para que la democracia vuelva a ser fuerza de cambio y no de estancamiento.  O lo que es lo mismo: la democracia necesita algo más que una mano de pintura. En resumidas cuentas, para que la relación entre política y trabajo sea el rasgo distintivo de la izquierda. Se nos hace difícil pensar la izquierda y su proyecto fuera de esa relación. Con una aclaración: el sindicalismo no es un sujeto de la izquierda, pero está en la izquierda con su independencia y su beligerancia.

Atención. Hemos establecido la hipótesis de que estábamos en un día después de la investidura. Era tan sólo el pretexto para reflexionar qué debería pasar cuando se produzca tan importante acontecimiento. 


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