Antón Costas es, al decir de Thomas Mann, «un hombre de gran formato». Es un sabio este riguroso
catedrático de Política económica de la Universidad de Barcelona. Es una
persona templada que contrasta con esos irascibles temperamentos que en
ocasiones son el refugio para disimular la precariedad de sus conocimientos. Su
idea--fuerza es, desde hace años, «la necesidad de un contrato social que
reparta mejor los riesgos de la crisis». En estos momentos, el profesor Costas
tiene una responsabilidad y un potente altavoz: ha sido nombrado Presidente del
Consejo Económico y Social (CES). Muchos amigos,
conocidos y saludados no ha parecido la mar de bien este nombramiento. Costas
vale –muy de largo— para esa responsabilidad. Abro un arriesgado paréntesis: de
igual manera valdría para dirigir la vida política e institucional de Cataluña,
que parece orientada a la fermentación de la podredumbre. Cierro el paréntesis,
arriesgado o no.
Y
es que Cataluña atraviesa, en estos momentos, un periodo de confusión
permanente, que –por si faltaba poco— se
ha agriado más en esta Semana Santa. Lo
comentábamos días pasados: la insubordinación del abogado de Waterloo, Jaume (hasta hace un par de
años, Jaime) Alonso—Cuevillas.
Se trata de un hombre de controvertida biografía: de exaltado españolista a juramentado
independentista con la misma velocidad de cambiarse la chaqueta que el cambio
de fe de Saulo de Tarso, tras caerse de un jaco camino de Damasco.
Este
Cuevillas, ya lo hemos señalado, ha invalidado, desde el sillón de la Mesa del
parlamento, la verbenera recurrencia de los independentistas a protestar contra
todo lo que venga de España e, incluso
y sobre todo, reclamar la autodeterminación. Potente saeta con incrustaciones
de martinete.
Patada
de Cuevillas a la cruz de los leotardos de la estrategia de Waterloo y muy
especial de Laura Borràs.
Más rápido que como se las gastaba aquel
tosco georgiano, don José de
las Nieves Besarionovic, el rábula Cuevillas ha sido enviado al foso de
los leones. La revolución de las sonrisas
se ha convertido en muecas a granel y el «esto va de democracia» se ha transformado
en los títeres de Cachiporra.
Hay
quien ha escrito, desautorizando este estalinismo al baño María, que «los postconvergentes
no quieren dar ninguna señal de debilidad en su férrea estrategia de plantar
cara al Estado». Disiento.
Los
post post post convergentes, rodeados de confusión por todos los puntos
cardinales, débiles por sus recurrentes fracasos, ayunos de estrategia, sacan
la manivela de las sanciones y envían a Cuevillas a ser sólo un andarín del
Salón de los Pasos Perdidos.
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes», o sea: mil parabienes al profesor Antón
Costas.
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