Por lo que sabemos no hay manera
de que quienes no han ganado las elecciones autonómicas catalanas formen
gobierno: Waterloo no
para de levantarle el gallo a Esquerra
Republicana de Catalunya que se resiste a dejar su condición de partido
más confuso de Europa. El tiempo transcurrido sin gobierno invita a todo tipo
de especulaciones, incluida la que se le atribuye a Puigdemont, que no es tanto la repetición de los
comicios sino el fomento del caos, la balumba política permanente.
Alguien, desde las filas de los
socialistas catalanes, ha propuesto un «gobierno en la sombra». Se trata de una
iniciativa que tiene un precedente en Cataluña con la formalización de ese
gabinete durante la sexta legislatura con Pasqual
Maragall como jefe de la oposición. A decir verdad, aquella iniciativa
pasó sin pena ni gloria y la pompa duró menos que poco. Hablando en plata,
aquello fue una ocasión perdida. Lo más chocante es que nunca se ha dado una
explicación de la vida breve de aquella experiencia.
Me parece buena idea esto del
gobierno en la sombra. Por otra parte, la experiencia de gobierno de Salvador Illa es una
indudable ventaja para el funcionamiento de ese instrumento. Su función sería
–con independencia de lo que le corresponde al parlamento— sugerir y proponer
medidas ´de gobierno´ cotidianamente. Se aclara que este instrumento no es un
monstruo burocrático, sino un grupo de nueve o diez ´consejeros en la sombra´
sin más atalajes que el telefonillo móvil y el ordenador.
Ahora bien, en las cosas de la
política y sus islas adyacentes siempre hubo una fea costumbre, esto es,
anunciar a bombo y platillo una iniciativa estridente –como si fuera un globo
sonda-- que en realidad son ocurrencias
de buena mañana, que sólo duran un telediario y medio. Ha habido quienes
anunciaron renovaciones y refundaciones urgentes que, a la primera de cambio,
se archivaron con tanta diligencia como pomposamente de las musas a los medios.
Con lo que aquello que se pretendía renovar seguía acumulando moho y en sus
chimeneas se multiplicaba la tutía.
Salvador Illa, una personalidad
austera y poco amigo de apariencias, no debería caer en ese estilo. Para
cuándo, pues, el gobierno en la sombra es cosa que le compite a él.
Salvador Illa debería tener en cuenta la idea—fuerza de don Venancio Sacristán, «lo primero es antes». Es decir, anunciar la medida y, metafóricamente, aclarar que no dará respiro al caos.
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