El
alto funcionariado de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana se ha pasado
gran parte de su historia construyendo falacias al por mayor y detall. En ese
oficio había alcanzado una considerable maestría. Algunos de esta noblesse d´eglise han sido considerados con altas
distinciones como Doctor Subtilis, Doctor Acutissimus y otras de no menor
ringorrango. Eran otros tiempos de construcciones retóricas enrevesadas a mayor
gloria y sustento de la perpetuación de las prebendas y sinecuras. Aquello
imponía, desde luego. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, estamos
observando que la retórica de algunos eclesiásticos está a la altura de los
tertulianos de garrafón o de los peones de brega de una novillada sin
picadores.
Peor
todavía, voluntariamente han abandonado la ristra de silogismos y demás
truculencias retóricas para abrazarse a la tosca sintaxis de la política al
chilindrón. Véase, por ejemplo, la argumentación del Obispo Luis Argüello, portavoz de
la Conferencia Episcopal Española
arremetiendo contra la Ley de la Eutanasia, recientemente aprobada en las
Cortes.
Esto
es lo que dice Su Paternidad: «Animaremos a que se diga explícitamente que uno
no quiere que se le practique la eutanasia, que quiere recibir cuidados
paliativos y que tampoco quiere ensañamiento terapéutico». Filosofeos tabernarios
de mostrador.
Dicho
entre nosotros: el Aquinate se hubiera llevado
las manos a la cabeza por el desorden mental de este Argüello. No es que el
ilustre dominico estuviera a favor de la eutanasia, sino que tamaño
desequilibrio retórico le hubiera provocado alferecía.
Hay
que decirle a Su Paternidad que, según la ley que él conoce bien, nadie tendrá
que decir que no le apliquen la eutanasia. Exactamente lo mismo que nadie ha
sido obligado a divorciarse ni a abortar, ni a casarse ´por lo igualitario´. El
problema, sin embargo, ha sido que hasta ahora quien deseaba que se le
practicase la eutanasia no solamente no era atendido sino perseguido él y
quienes le ayudaban. ¿Hace falta ar nombres, mosén? Digamos, pues, que este don
Luis Argüello –Doctor Garrulus— está practicando la vieja técnica del
asustaviejas. Que ahora provoca hilaridad.
Es
la más pura subordinación al discurso –una auténtica campaña electoral-- de Ratzinger en la apertura
del cónclave que lo eligió tras la muerte del papa polaco. Dos mensajes
macizos: las leyes civiles deben tener un fundamento católico y lucha contra la
«dictadura del relativismo». O sea, la Constitución es la prolongación de las
Encíclicas, el Parlamento es la continuación de la sacristía.
Y
tiro de la memoria. Recuerdo a aquella señoritinga retotoyúa de Santa Fe que exclamaba: «Menos mal que tenemos a la
Iglesia que nos defiende de los Evangelios»: una auténtica teóloga y no este
chisgarabís de Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid y sus
alrededores.
Menos
mal que tenemos a Juan José Tamayo que nos
defiende de este Argüello. Después de un artículo luminoso en su blog nos dice:
«En consecuencia,
creo que no hay razones religiosas, éticas, jurídicas o políticas para oponerse
a la Ley sobre Eutanasia» (1)
Post
scriptum.--- «Lo primero es antes»,
decía de vez en cuando don Venancio Sacristán cuando
venía a cuento.
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