Este
ha sido un puente largo que me ha
permitido librarme de la ambulancia mañanera. Hoy, lunes, reanudo los viajes a
lo largo de la comarca—salchicha del Maresme, con el dato siguiente: cuando
vuelva a casa me quedarán sólo seis viajes, seis tratamientos de radioterapia a
cargo de lo que llaman el acelerador lineal. Vale cerca de tres millones de
dólares.
Estos
días me he carteado con un amigo que defendía esta tesis: los sindicatos deben
participar activamente en la gestión de los fondos europeos contra los efectos
de la pandemia. Lo justifica con la tan cómoda como rutinaria argumentación de
que los sindicatos deben estar en todos los lugares donde se ventilan los
problemas de los trabajadores y sus familias. Mi punto de vista es diametralmente
contrario.
En
primer lugar, el argumento «estar en todos los lugares donde se ventilan los
problemas de los trabajadores» me parece desenfocado en esta ocasión. En todos los lugares quiere decir que deberían
estar en el Parlamento, pues hasta donde
yo sé, ahí también se defiende la condición asalariada. Y en los ayuntamientos.
Y –llevando la argumentación al absurdo--
también, siguiendo ese argumento, deberían estar en el gobierno. Así
pues, ese «en todos los lugares» tiene importantes excepciones.
Entiendo
que los sindicatos deben participar en el control
de la gestión de esos fondos, pero no en la gestión. Son dos cosas diferentes.
No es función del sindicalismo la gestión, que puede ser apetitosa para
algunos. Es más, --aunque este es un argumento funcional-- la acción sindical no puede estar atrapada en
una tarea tan enmarañada como la gestión de todo ese inmensísimo dineral. Por
supuesto, hago extensivo mi razonamiento contrario a que en ello participen las
organizaciones empresariales. Y, por último, existe otro argumento que no quiero ocultar: los
agentes sociales deben estar lejos, muy lejos, de la gestión de esos fondos,
porque el dinero no huele decía –Vespasiano--
y tiene la fea costumbre de adherirse a los dedos de todo quisqui. O al
revés. Y luego vienen las lamentaciones.
La
ambulancia sale de la autopista y entra en Vilassar de
Ernest Lluch. Cambio de tercio y me viene a la cabeza lo que dicen las Noticias: «El Partido Popular duda de la equidad del reparto
de vacunas sin datos que lo avalen». Por supuesto, el alcázar de Casado, en marcha acelerada
a la bunkerización, no necesita datos para entrar a saco.
Cuando
Casado arremetió contra Vox
en el Parlamento, hubo comentaristas paraléxicos que anunciaron el giro del PP
al centro. Paralexia o legañas. O ambas cosas a la vez. Interpretaron que el cese
de Cayetana como
portavoz parlamentaria acentuaba dicho giro. Paralexia y legañas. Cayetana fue
cesada –lo dijimos— porque se estaba comiendo vivo a un insípido Casado que
necesita escribas agachados, mientras la doña es autárquica en sus preguntas y
respuestas.
El
alcázar de Casado arremete ahora de esa manera, porque no puede exteriorizar su
desventura de que las vacunas hayan llegado ya y no poder echarle la culpa al
gobierno. Por lo que ya es hora de decir que lamentablemente el grupo dirigente
del PP es irreformable. Ojo a los que leen en diagonal: no he dicho que el
partido lo sea. De momento, digo lo que he dicho.
Vuelvo
a casa yo solito en la ambulancia. Mañana soleada. En el Maresme, la comarca—salchicha,
«esplende il sol dell´ avvenir».
Post
sriptum.--- «Lo primero es antes», decía
don Venancio Sacristán.
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