En
ciertas ocasiones –algunas de ellas de cierta relevancia-- determinados fiscales han metido la pata
conscientemente. Ya sea por practicar faenas de aliño, ya fuere por politizar a
cosica hecha el tema que tratan. Medito sobre el particular mientras la
ambulancia, caballo cuatralbo, me lleva al Hospital.
Pero
antes me recuerdo a mí mismo que nunca he sido condescendiente con el
independentismo, ni con sus dirigentes. Lo digo porque hay lectores paraléxicos
que, además, tienen la costumbre pija de leer en diagonal, una moda snob que
viene de antaño.
Algunos
fiscales se pasan de rosca intencionadamente. Valga el ejemplo de esa Fiscalía
que intervino en el juicio de los políticos presos catalanes. Es el caso que ha remitido un informe al
Tribunal Supremo en el que se muestran contrarios a que tales presos sean
indultados. Vale, es una opinión tan subjetiva como si dijera lo contrario. La
Fiscalía lo cree de esa manera y, por mi parte, nada hay más que decir. Salvo
una cosa no irrelevante, a saber, su argumentación. Dice el documento,
indicando al gobierno de Pedro Sánchez: «que la
medida de gracia no está prevista para satisfacer intereses políticos
coyunturales y que, de manera arbitraria, pueda concederse con carácter general
ante la mera discrepancia con el tenor
de la sentencia o la pura conveniencia de una situación política global». Por
lo que la Fiscalía entiende que usar la medida de gracia es una «moneda de
cambio» para obtener votos.
Repito,
se han pasado de rosca conscientemente. Primero, achacan una intencionalidad al
gobierno sin tener pruebas de ello; segundo, el papel rezuma política por todas
partes menos por una que le separa del Aranzadi. Rumores hasta que se demuestre
lo contrario. Rumores tóxicos por la política que rezuman.
No
es un pronto, es un texto muy meditado y cuyo objetivo es claro: alarmar a
tirios y troyanos de que el gobierno prepara un desafuero. Don Bartolo de Sassoferrato les habría puesto verdes, Hans Kelsen –más eficaz— los habría dejado para
setiembre.
Me
dicen mis enfermeras, cuando salgo del tratamiento de radioterapia, que no les
ha tocado la lotería. Se lo toman con risas. De hecho –me cuentan— nunca sacaron
un duro de ´la rifa´. El premio gordo de este año ha caído en un número
divisible por 11.
Medito
sobre algunas reacciones que han provocado mis reflexiones sobre Pablo Iglesias el Joven. Hay quien me dice que me
burlo del dirigente de Podemos llamándole joven. Nada de eso. Lo hago para
diferenciarlo de Pablo Iglesias, fundador del
socialismo español. Recuerdo que hubo un Plinio el Viejo y otro Plinio el
Joven. Y, por otra parte, hay quien me entiende que le tengo ojeriza al
vicepresidente segundo del gobierno. Eso es tan falso como los viejos duros que
llamaban sevillanos en tiempos de antañazo.
La
base de esas falsas impresiones está quizás en que opino libremente sobre aquellas
prácticas de Iglesias que no considero pertinentes. Cosa que desagrada a los
pelotilleros, que practican no ya el culto sino la adoración a la personalidad,
puesta al baño María. Con esa manera de proceder Iglesias nunca corregirá el
tiro: seguirá pensando que debe marcar territorio de manera intempestiva, a
pesar de que las encuestas no le van viento en popa; seguirá pensando que la
República es un clamor de masas, confundiendo las masas con las mesas. Y, en
definitiva, no entenderá por qué desde su propio electorado se valora mejor a
Pedro Sánchez que a él mismo. Ahora bien, siempre queda el recurso de creerse
al CIS cuando nos favorece y a renegar de sus trabajos cuando no nos hace la
mamola.
Post scriptum.--- «Lo primero es antes». Un consejo de don Venancio Sacristán.
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