Locura
de masas en Buenos Aires y Nápoles ante la muerte de Maradona.
La pandemia se deja al lado y centenares de miles de personas se tiran a
la calle. No diré nada sobre la enorme valía de este futbolista, que nos
encandiló a todos. En todo caso, tengo la impresión que la histeria colectiva
por la muerte de la estrella argentina no hace diferencia entre el deportista y
el complicado hombre particular. Hasta ciertos sectores de la izquierda
–permítanme la crueldad, la izquierda carajillera-- se han explayado glosando el izquierdismo de
Maradona y sus relaciones con Fidel
Casto, Chávez y Maduro. Como si esas amistades le dieran patente de
corso y le justificaran las agresiones sexuales y la misoginia del genio. Estoy
convencido que Dolores Ibárruri, Rosa Luxemburgo y Emma
Goldman lo hubieran censurado con acritud. Siempre me extrañó que, por
ejemplo, se pusiera verde a Plácido
Domingo, otro genio, y, en cambio, se corriera un tupido velo sobre don
Diego Armando. No, decididamente, no. Maradona no es mi compañero.
Por
ello tiene una enorme importancia la actitud de las chicas del Boca Juniors que se
negaron a participar en el homenaje al astro en marzo pasado. En Argentina, con
lo que eso comportaba.
Locura
colectiva. Doble locura: una, las muchedumbres enloquecidas en Buenos Aires y
Nápoles, y en otras ciudades; dos, la veneración hacia un hombre maltratador y
todas sus circunstancias.
Recuerdo
la impresión que me produjo ver llorar a mi padre, Pepe
López, al conocerse la muerte de Manolete en la plaza de toros de Linares. Ni siquiera pudo
contenerse para evitarme esa tremenda impresión. Y yo --¿qué iba a
hacer?-- romper a llorar porque pensé
que Manolete era de
la familia.
Mañana
y pasado tengo recreo. Cielo encapotado en esta parte del Maresme: las nubes
quieren llover, pero no se atreven.
Post
scriptum.--- Saber los axiomas de Peano es útil.
Conocer y aplicar la máxima de don Venancio Sacristán --«Lo
primero es antes»-- es imprescindible.
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