Hoy
ha sido el primer día de tratamiento a base de radioterapia. Objetivo, eliminar
el cáncer que, sin mi permiso, se instaló en la próstata. Serán treinta y ocho
días seguidos, excepto los fines de semana y fiestas de guardar. En can Ruti, Badalona. A la hora convenida, a las diez de
la mañana, se ha presentado delante de casa la ambulancia colectiva: hemos
parado en Calella de Pacofrutos y Mataró para recoger a dos pacientes. El conductor me
ha parecido un buen profesional. Diez minutos de tratamiento; no me he enterado
de nada. A las 14 horas estaba de vuelta a casa.
Durante
el viaje de ida leo los periódicos, pongo varias guasaps a las amistades y medito
acerca de algo que he leído.
Que
haya movimientos en la lista de Waterloo –es decir, Junts, o sea, la fracción mayoritaria de los
post post post convergentes— no sólo me parece lógico sino incluso saludable. Dirigentes
de ese partido –la Borrás, Calvet, Puigneró y Tremosa— pugnan por ser
los cabezas de cartel, lo que implicaría ser candidato a la presidencia de la
Generalitat de Catalunya. Saludable, hemos dicho. Lo que ya no parece tan
saludable es que nadie sepa qué les diferencia o distingue a los unos de los
otros. O cómo piensan ante tal o cual problema. O, incluso, si es que piensan
alguna cosa de lo que sea. Tan sólo una coincidencia: la inquebrantable
obediencia a lo que diga el hombre de Waterloo. Al menos hasta la presente.
Hasta tal punto es tan granítico ese voto de obediencia que, todos ellos, han
declarado que retirarán su candidatura si Puigdemont decide presentarse, según diría administrativamente
Catarella,
«personalmente en persona». Pero que, en jerga coloquial o en lenguaje académico,
significaría el caudillaje del hombre de Waterloo.
O
sea, los cuatro candidatos –independentistas blindados y derechistas
fósiles-- organizan queriendo o sin
querer un barullo en do menor para justificar que Waterloo --padre, hijo y espíritu
santo-- sigue siendo el Deseado, un
personaje inquietante como aquel Fernando, el que «usaba paletó». Las grabaciones telefónicas intervenidas
a los llamados hombres del Estado Mayor del procés
nos dicen que en las covachuelas de palacio se ha vivido un silencioso motín de
Aranjuez.
La
ambulancia llega a casa. La mesa está puesta: espaguetis con berberechos de
roca. Y un vasito de vino verdejillo. Ya me faltan sólo treinta y siete días.
Post
scriptum.--- Me dice José Casado –que para mí siempre será aquel joven
dirigente de Isodel, Pepito—que sabe de buena tinta que la frase «Lo primero es
antes» la decía mayormente Tomás, tio carnal de Pepe
Sacristán. Lo dejamos dicho, pero
nosotros seguiremos fieles a la leyenda urbana partidaria de don Venancio, hermano de Tomás y padre de Pepe. Al fin y
al cabo sacristanismo microscópico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario