viernes, 14 de junio de 2019

Estado de derecho y democracia




«La democracia está por encima del Estado de Derecho» es una idea—fuerza del independentismo onírico. Jordi Cuixart, uno de los líderes que han sido juzgados recientemente, la ha repetido en incontables ocasiones. La aparición de esta inquietante máxima en el libro de recetas del independentismo hay que situarla ya en los primeros pasos del hombre de Waterloo y que con sumo provecho heredó su Enviado en la Tierra, Quim Torra.

En unos primeros momentos pensé que quienes manoseaban dicho constructo («la democracia está por encima del Estado de Derecho») eran unos auténticos analfabetos, gentes indoctas, cuyas únicas lecturas habían sido Marcial Lafuente Estefanía y la prolífica Corín Tellado. Algunos habrá de esa estirpe. Pero sus dirigentes –los que están en el puente de mando--  usan la máxima a sabiendas y queriendas de que es tan falsa como falsos fueron los viejos duros sevillanos, que circularon impunemente en España a finales del siglo XIX.

El independentismo catalán ha querido auto legitimarse contraponiendo Estado de Derecho a democracia. La democracia, en esa ciencia ficción, sería: los independentistas, o sea, Cataluña, somos la democracia; España es el Estado, y depende de qué cofradía independentista será Estado de Derecho o –en palabras de Waterloo--  Estado fallido (sic).

Democracia y Estado de Derecho son inseparables. Lo que comporta que la democracia tenga obligatoriamente sus normas y procedimientos. En caso contrario estaremos en la turba o conjunto de turbas sin orden ni concierto. Sería la oclocracia. De este han hablado largo y tendido juristas de la talla de Hans Kelsen y Norberto Bobbio, y más recientemente Boaventura de Sousa.

La oclocracia, decimos. Es decir, la turba no juiciosa dirigida irracionalmente por un cabecilla, que sabe bien lo que se trae entre manos. En concreto, la corrosión del carácter de la política.

Nota.--  El caballero de la foto es Norberto Bobbio.

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