Leídos los programas y oídas las
declaraciones de los máximos dirigentes de las formaciones de Junqueras y Puigdemont, uno llega a la
conclusión de que sus diferencias no son en tono menor. Así pues, el contraste
no está en clave personal, aunque amigos –lo que se dice amigos-- no parecen serlo. En realidad, tampoco hace
falta que lo sean.
Dos son las diferencias en do
sobreagudo (do de pecho, vulgarmente) entre ambos. La primera: Junqueras
entiende que las próximas elecciones cierran una etapa; como si dijéramos
borrón y cuenta nueva; el hombre de Bruselas, a su vez, cree que se trata del
mismo itinerario, ni siquiera una pausa. El primero se aproxima al realismo; el
segundo se mantiene en una lucubración testaruda.
Junqueras intenta hacer política en un escenario nuevo; Puigdemont se aferra a
la alcayata de las canciones de gesta. Junqueras, el fotomatón de Companys; Puigdemont, el holograma
de Macià.
La segunda: de la lucubración de
Puigdemont surge su legitimismo, que es contestado por ahora de manera elíptica
y un tanto cortés por los de Puigdemont, pero que, a no más tardar, puede
convertirse en más de una colleja poco afectuosa. En efecto, de todo lo anterior se concluye
que, Puigdemont debe ser investido president, aunque las elecciones las gana
ERC.
Estas diferencias –digamos
oficiales-- se diluyen, no obstante,
cuando los considerados teloneros de una u otra formación sacan la lengua a
pasear. Entonces, todo se evapora y los de Anás y Caifás hablan indistintamente
cuando se tira de catecismo o bien se impone el sincretismo o bien reaparece la Cançó d´amor i de guerra.
Ahora bien, estas diferencias
entre uno y otro se vienen produciendo durante estos días. Pero si
definitivamente la lista Puigdemunt sobrepasara, durante estos días, a la de
Junqueras, posiblemente veríamos otra cosa. Tal vez desaparecería la
aproximación al realismo de Esquerra acariciando otra vez la fábula y mayor
radicalización en la del hombre de
Bruselas.
La
veleta sigue girando.
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