Me imagino a Pablo Iglesias El
Joven arrellanado en el sillón viendo la entrevista de Jordi Évole a Pedro Sánchez poniendo los ojos como
acentos circunflejos. Lo que no sabemos es a qué conclusiones ha llegado el
jefe putativo de la oposición. Permítanme una aclaración al lector desinformado
o que lee en diagonal. No estoy tildando a Iglesias de “puta”, ni nada que haga
referencia a ello. Putativo es eso: lo que es, no lo que parece ser. Conviene
dejar las cosas claras porque en cierta ocasión tuve un rifirrafe con una
sindicalista que, en plena reunión, me achacó haber insultado groseramente a su
organización. Me quedé de cartón piedra pues no tenía noticia de haberlo hecho.
Es más, mis compañeros se extrañaron y propuse buscar dónde estaba escrita la
grosería. Al final se descubrió el pastel: estaba escrito, bajo mi firma, que
«conspicuos dirigentes de …». «Ahí, ahí está el insulto» dijo la compañera. Tuve que aclarar, diccionario en mano, que
«conspicuo» nada tenía que ver con concupiscencia. La cosa quedó clara y ella,
tras pedir excusas, me dio gentilmente un beso. Así pues, que nadie me eche en
cara que he llamado putón verbenero a Pablo Iglesias, el Joven. Se cierra la
aclaración.
Decíamos que Iglesias debe haber
llegado a algunas conclusiones sobre lo dicho por Pedro Sánchez. El primer
dirigente de Podemos debe ser muy ponderado. Por ejemplo, no debe exagerar
algunas de las respuestas de Sánchez para su propia conveniencia, ni propalar
urbi et orbe el manido «Bienvenido al club, Pedro», porque eso no es
exactamente así, aunque los gestiorianos ya se preparan a que arda
metafóricamente el coche de Sánchez por
los caminos y las cañadas de España. Así pues, Iglesias debe embridar su, a
veces, temeraria lengua.
Lo cierto es que Sánchez ha
dicho cosas que estaban vedadas en la lexicografía socialista, que no le
perdonarán los virtuosos de la mezquindad, dentro y fuera de su partido: 1) que
se equivocó al llamar populistas a Podemos, 2) que determinadas grandes
compañías impidieron que formara gobierno con Podemos, y 3) que Cataluña es una
nación. Demasiado para el esófago de los gestorianos, pero que habrá atribulado
posiblemente a ciertos sectores de la afiliación socialista, que creen en él.
En resumidas cuentas, Sánchez ha puesto patas arriba también el esqueleto del
socialismo español. Sin medias tintas y de golpe y porrazo. Digámoslo claro, de
sopetón ha roto los tópicos más publicitados por el PSOE de los últimos
tiempos. El tiempo dirá, en todo caso, si Sánchez se ha precipitado
tácticamente o no. Sánchez no es Corbyn, por
ejemplo. Ni tiene el apoyo explícito de las bases que el amigo inglés. Ni su
itinerario político.
En todo caso, Iglesias
–insistimos en ello-- deberá sopesar si
le interesa más una hipotética (aunque complicada) recuperación del PSOE de la
mano de Sánchez o el despeñamiento definitivo (también improbable) de dicho
partido con el gobernalle de los gestorianos. Si es lo primero deberá acumular
más más sensatez política, porque –entre otras cosas-- habrá gentes en Podemos que habrán tomado
nota de las declaraciones de Sánchez y tienen la lengua en mejor lugar que
Iglesias.
Por lo demás, de lo que no hay
duda es que a Ok Ferraz
le ha salido un forúnculo en el cielo de la boca y ese es un lugar delicado. Es
el forúnculo de Antipo, que «como algunos de sus amigos se lamentaban
amargamente enunció los más diversos razonamientos con la intención de aliviarles
su dolor, y así se expresaba a modo de prólogo: Yo me he presentado ante
vosotros no para unirme a vuestro dolor sino para ponerle fin». Nos lo cuenta nuestro viejo amigo Claudio Eliano (170 – 235) en su libro Historias curiosas.
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