Mi amigo Daniel Martín, el primero a la izquierda.
No son pocos
los políticos españoles que, tras dejar el cargo, cobran vitalicia y
suculentamente en metálico con su correspondiente intendencia y disponen de
otras importantes sinecuras. Es lo que recientemente mi amigo Manuel Zaguirre ha calificado de «geriátrico de oro». Me
gustaría saber cuál es el origen de tales privilegios y su justificación
política. Contrariamente, en otros países de nuestro entorno, los mismos que aquí cobran tales gabelas, en
ellos no cobrarían ni un duro. También me gustaría saber la razón de ello, y el
por qué de la diferencia de unos a otros lugares. Debe haber una explicación
sobre el particular, que sería conveniente aclarar a la ciudadanía.
Reflexionando a
botasillas diría irreflexivamente que allá
es cosa de la ética calvinista y aquí podría ser una inercia de tiempos
pasados, no corregida aunque sí aumentada. Ahora bien, ¿eso lo explica todo?
Vaya usted a saber. Sea como fuere, tengo para mí que en un comportamiento
recto no tiene cabida tanta prebenda indiscriminada. Por lo que se debería
pasar a su demolición y derribo.
Sorprende por
lo demás que, hasta la presente (que yo sepa), nadie le ha metido mano al
asunto. Es más, da la impresión que silenciosamente se entiende como una
situación definitivamente dada. Lo que todavía es peor. Ni siquiera las
llamadas fuerzas emergentes han tenido tiempo de caer en el detalle. Lo que
indica que el regeneracionismo empieza a ser ya una chuchería del espíritu o
una pipirrana sin aceite y vinagre.
Así pues,
planteo que, educada o a la manera de Eróstrato, todas esas disposiciones de la gran mamandurria sean
pasadas a cuchillo o por el fuego.
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