No tengo por qué desconfiar de la
sinceridad de Pablo Iglesias El
Joven. En menos que canta un gallo ha declarado que se ha abierto un «nuevo
ciclo» en la biografía de Podemos. Ya no son
un grupo de partisanos sino un ejército regular nos ha dicho con dos metáforas
poco afortunadas, aunque suficientemente esclarecedoras. Es decir,
campechanamente, de la guerrilla del cura Merino a Clausewitz; o, para los
estudiantes de primero de Gramsci, de la
guerra de movimientos a la guerra de posiciones.
El giro de Iglesias es tan vertiginoso
como electrizantes lo ha sido toda una serie de planteamientos, dentro y fuera
de la campaña electoral, que han cogido con el calcañar cambiado a la mayoría
de sus parciales. Repito: no desconfío de la sinceridad de Iglesias. Pero sí
estoy sorprendido de que se haya llegado a tan bizarra conclusión sin que
Podemos haya hecho todavía un balance aproximadamente definitivo de los
resultados electorales. A menos que lo haya hecho junto a un reducido grupo de
amistades. Pero, digo yo, ¿un replanteamiento de esta envergadura se
puede hacer tan de repente y a bote pronto? Y, lo que es más: ¿tan en
solitario?
Entiendo yo que la cosa no es tanto
declarar el «final de un ciclo» sino las consecuencias políticas y
organizativas que se desprenden de ello. ¿Ha tenido tiempo Iglesias de
sopesarlas despaciosamente? Quiero decir: de sopesar las hipótesis de un ciclo
nuevo del que lógicamente nada sabe todavía.
Un viejo líder comunista francés, Maurice
Thorez, acostumbraba a decir –y lo repitió después incansablemente nuestro Marcelino
Camacho— que «los dirigentes deben ir unos cuantos pasos por delante de la gente;
nunca a tanta distancia que no se vieran los unos a los otros». Las
declaraciones de Pablo Iglesias no me recuerdan la prudente sensatez de Thorez
sino algo que parece haberse hecho a trompicones. Si no es así, pido disculpas.
En todo caso, no será un servidor
quien niegue la autonomía personal de Iglesias para proponer grandes giros con
toda la audacia que sea menester. Ni tampoco la responsabilidad de un dirigente
de apuntar con el dedo hacia dónde se quiere ir. Siempre y cuando entienda que
una organización no es un desfile militar. Máxime cuando Podemos sigue siendo
un magma, porque –se diga lo que se diga-- seguirá estando en el mismo
ciclo que le vio nacer.
Dispensen la frivolidad veraniega: Ferrán Adrià no
provocó su nuevo ciclo de la noche a la mañana, tuvo que cocinar algunos años
en su chiringuito playero.
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