martes, 10 de noviembre de 2020

Meditaciones desde mi ambulancia (1)


Hoy ha sido el primer día de tratamiento a base de radioterapia. Objetivo, eliminar el cáncer que, sin mi permiso, se instaló en la próstata. Serán treinta y ocho días seguidos, excepto los fines de semana y fiestas de guardar. En can Ruti, Badalona. A la hora convenida, a las diez de la mañana, se ha presentado delante de casa la ambulancia colectiva: hemos parado en Calella de Pacofrutos y Mataró para recoger a dos pacientes. El conductor me ha parecido un buen profesional. Diez minutos de tratamiento; no me he enterado de nada. A las 14 horas estaba de vuelta a casa.

Durante el viaje de ida leo los periódicos, pongo varias guasaps a las amistades y medito acerca de algo que he leído.

Que haya movimientos en la lista de Waterloo –es decir, Junts, o sea, la fracción mayoritaria de los post post post convergentes— no sólo me parece lógico sino incluso saludable. Dirigentes de ese partido –la Borrás, Calvet, Puigneró y Tremosa— pugnan por ser los cabezas de cartel, lo que implicaría ser candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya. Saludable, hemos dicho. Lo que ya no parece tan saludable es que nadie sepa qué les diferencia o distingue a los unos de los otros. O cómo piensan ante tal o cual problema. O, incluso, si es que piensan alguna cosa de lo que sea. Tan sólo una coincidencia: la inquebrantable obediencia a lo que diga el hombre de Waterloo. Al menos hasta la presente. Hasta tal punto es tan granítico ese voto de obediencia que, todos ellos, han declarado que retirarán su candidatura si Puigdemont decide presentarse, según diría administrativamente  Catarella, «personalmente en persona». Pero que, en jerga coloquial o en lenguaje académico, significaría el caudillaje del hombre de Waterloo.

O sea, los cuatro candidatos –independentistas blindados y derechistas fósiles--  organizan queriendo o sin querer un barullo en do menor para justificar que Waterloo --padre, hijo y espíritu santo--  sigue siendo el Deseado, un personaje inquietante como aquel Fernando, el que «usaba paletó». Las grabaciones telefónicas intervenidas a los llamados hombres del Estado Mayor del procés nos dicen que en las covachuelas de palacio se ha vivido un silencioso motín de Aranjuez.

La ambulancia llega a casa. La mesa está puesta: espaguetis con berberechos de roca. Y un vasito de vino verdejillo. Ya me faltan sólo treinta y siete días.  

 

Post scriptum.---  Me dice José Casado –que para mí siempre será aquel joven dirigente de Isodel, Pepito—que sabe de buena tinta que la frase «Lo primero es antes» la decía mayormente  Tomás, tio carnal de Pepe Sacristán.  Lo dejamos dicho, pero nosotros seguiremos fieles a la leyenda urbana partidaria de don Venancio, hermano de Tomás y padre de Pepe. Al fin y al cabo sacristanismo microscópico.  

  

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