lunes, 25 de mayo de 2020

Manos a la obra: el nuevo Estatuto de los trabajadores




Son muchas las razones que fuerzan a construir un nuevo Estatuto de los Trabajadores. No sólo como elemento de substitución de la llamada reforma laboral sino como marco progresista que regule las relaciones laborales en España. Urge, por tanto, organizar una despedida poco solemne del Estatuto de los trabajadores de Marzo de 1980, sazonado diversas veces con sucesivos aliños. 

1.--  La elaboración por los grupos parlamentarios del Estatuto de los trabajadores (en 1979) provocó una fuerte división en el movimiento sindical: Comisiones Obreras lo rechazó de plano; UGT lo veía positivamente. En el verano de 1979 empezaron las movilizaciones que organizó CC.OO., prolongándose hasta el invierno con una serie de paros generales (de diversa duración: en Cataluña y Granada, unitarios con UGT, fueron de 24 horas) precedidos por la primera gran asamblea en Madrid en la Casa de Campo.

Llovía a mares aquel día: un petulante eslogan nos consoló, «Aunque se moje, Comisiones no se encoge». Mientras tanto en el grupo parlamentario del PCE las posiciones con relación al qué hacer no eran coincidentes. Santiago Carrillo planteaba una postura que conducía a la abstención, mientras que Marcelino Camacho era partidario de un no rotundo. La cosa se saldó, como es sabido, con una discreta dimisión de Marcelino, disfrazada de la plena dedicación al sindicato. A partir de ese momento, las relaciones entre los dos fueron enfriándose paulatinamente.

2.--  El Estatuto de 1980 ha ido envejeciendo a marchas forzadas. Es la cosa más normal del mundo. Fue elaborado y aprobado en un contexto radicalmente diverso del actual: con unos centros de trabajo todavía tradicionales, aunque ya se apuntaban signos de modernización; con una escasa innovación tecnológica, salvo raras excepciones; en una economía no institucionalmente integrada en la Unión Europea. La geografía económica, la morfología de las empresas y los cambios en los centros de trabajo han erosionado profundamente el viejo texto y sus diversas novaciones legislativas. El Estatuto de 1980 nos habla en el día de hoy con la misma semántica y prosodia que el Cantar del Mío Cid. (Pedimos disculpas a don Ramón Menéndez Pidal). Así pues, el viejo Estatuto tiempo ha inició su lenta agonía. Demasiados factores y condicionantes lo han puesto en crisis. ¡Que empiece la marcha fúnebre! Con la de Thalberg ya tiene suficiente.

3.--  Yolanda Díaz tiene un equipo formidable y los sindicatos marchan unidos. Son dos condiciones necesarias, aunque claramente insuficientes, para pensar en el nuevo Estatuto. Falta la CEOE que no puede enrocarse numantinamente en su propia salsa. Se incorporará a la agenda social cuando entienda que le ha dado un sonoro coscorrón al gobierno de coalición. Y –como ha sido tradicional en la historia de la CEOE--  cuando rentabilice dicho coscorrón se pondrá manos a la obra. Con dureza, pero no necesariamente como espoliques de Casado y sus hologramas. Las empresas no comen de los sepulcros del Cid y don Juan de Austria. Su dureza será ´de clase´  no con los perfumes del brazo incorrupto de santa Teresa. Más todavía, cuando la CEOE entre a negociar algo se habrá orillado en el PP, aunque no hace falta sospechar que la patronal buscará el refugio parlamentario de las derechas.  

4.--  A la «división Yolanda» con el comodoro Pérez Rey no le será difícil negociar con los sindicatos. En las alacenas de unos y otros hay suficiente documentación para los primeros pasos. Cuestión diferente será con la CEOE. Tiempo al tiempo.

En resumidas cuentas,  la «división Yolanda» está en condiciones de enhebrar un texto radicalmente nuevo, hijo de esta fase de reestructuración e innovación de los aparatos productivos y de servicios:  un moderno y eficaz iuslaboralismo.


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