martes, 5 de mayo de 2020

ERC del caño al coro y del coro al caño




Primer tranco

Esquerra Republicana de Catalunya es un conjunto de retales de los que es muy difícil sacar un traje. Por otra parte, nunca ha tenido un sastre capaz de hacer encajar tan abigarrado conjunto de piezas. No es cosa de ahora, se diría que está en su genoma. En esas condiciones es francamente difícil que sea un partido serio. Partido lo es, en todo caso. Cosa que le diferencia de los permanentemente post convergentes, que son una partida. La diferencia entre partido y partida es harto conocida. ERC, partido; partido que, cuando debe tomar grandes decisiones, le entra un tembleque o más bien jindama –mitad miedo, mitad cobardía--  que le provoca irse de vareta por la pata abajo.

El mundo del independentismo catalán tiene, visto a grandes rasgos, una militancia que puede ser indistinta bien en ERC o en la partida de Waterloo. Es una feligresía que tiene creencias cuasi religiosas en un dios pagano abstracto, Cataluña, que es una mezcla embarullada de gentes –preferentemente de la ceba--  ritos, leyendas, historias inventadas, ríos, montañas (sagradas o profanas) y demás prosopopeya, romántica o surrealista. Ese independentismo ha crecido por varios motivos: una curia que ha sabido crear la posibilidad de solución inmediata del pleito histórico con Madrid; el alimento político de no pocos cuadros, procedentes de la izquierda que se sintió derrotada; y las torpezas, algunas no irrelevantes, de la política española con alternado mando en plaza. En ese comistrajo se juntaron el independentista pata negra; el socialdemócrata que no tuvo un Bad Godesberg que llevarse a la boca; el prosoviético cuya ideología ya le parecía viuda; el de las astillas del viejo árbol psuquero, que se le fugó el eurocomunismo al séptimo cielo. Así, pues, el independentismo es una mezcla irregular de calostros de distinta denominación de origen.

Segundo tranco

No es de extrañar, así las cosas, los meandros viejos y nuevos de este partido poco serio. El miércoles, si no cambia de postura, votará contra el Gobierno de coalición progresista. Es el partido que va continuamente, como decimos en Parapanda del caño al coro y del coro al caño. No piensa votar favorablemente, ni siquiera abstenerse ante la propuesta del gobierno de prolongar el estado de alarma. Su argumento es vecino a lo que plantean las derechas, tanto las carpetovetónicas como las de sus íntimos enemigos los post post post convergentes. Hay que erosionar al gobierno progresista en primera derivada. Debilitarlo, conseguir que se rompa la coalición. Podemos en Madrid –según los de Junqueras— ya no es lo que era, y los Comunes en Barcelona son un incordio. ¿Eso de la provincia? Agua de cerrajas. No conviene un gobierno fortalecido por la gestión real de la pandemia. Se necesita un gobierno flaco constantemente interferido por unos socios que como dijera el Dante conforme la fiera va comiendo le entra más hambre. «E dopo´l pasto ha piú fame che pria».

ERC partido carcomido por miedos al qué dirán. Y permanentemente acollonado por lo que haga y parezca que haga, por lo que diga y parezca que diga el hombre de Waterloo. Oriol Junqueras, que ha demostrado que era verdad que su partido no tiene remedio.  

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