lunes, 28 de enero de 2019

Pablo Iglesias y Puigdemont vidas paralelas



¿Son Pablo Iglesias el Joven y Carles Puigdemont dos líderes fallidos? Así lo cree José Antonio Zarzalejos en su artículo de ayer en El Periódico (1). No daré una respuesta definitiva porque el reputado periodista no define qué entiende por ello. Ahora bien, sí parece oportuno que, tomando como pretexto el mencionado artículo digamos algo sobre el liderazgo –fallido o no--  de estas dos «vidas paralelas».  De entrada, me parece conveniente hablar someramente de una diferencia substancial entre Puigdemont e Iglesias. El proyecto del primero ha fracasado por el momento, mientras que el del segundo está por ver, todavía está por ver. 

Primero. El hombre de Waterloo partió de una quimera: la fortaleza del movimiento unitario independentista ganaría la batalla –incluso marcó los plazos--  dado el respaldo que adquiriría la internacionalización del conflicto frente a la debilidad del Estado. El resultado es evidente: la fortaleza unitaria se fue desfigurando y, bien pronto, apareció en escena no sólo la división sino el enfrentamiento político en el seno del independentismo. Tampoco ha habido internacionalización del conflicto. Más todavía, el hombre de Waterloo ha visto cómo, en sus propias carnes y en las de sus correligionarios, la debilidad del Estado era una ensoñación. El recurso itinerante para mantener el fuego sagrado ha sido la continua metempsicosis (o sea, la reencarnación del alma después de la muerte a otro ser vivo o a otro cuerpo inanimado en función de los méritos alcanzados en la existencia anterior), cuya última  expresión concluyó ayer en la fundación de la Crida Nacional  per la República, expresión de la derecha independentista, según Esquerra Republicana de Cataluña. Que no sólo se ha negado a formar parte de este nuevo partido sino que lo combate abiertamente.

De ahí que, aunque por el momento no pueda contestar lo que afirma Zarzalejos --«Puigdemont es un líder fallido»--  lo más relevante es que el proyecto Waterloo sí es realmente fallido.

Segundo. En cambio no se puede decir con tanta rotundidad  que haya fracasado el proyecto de Podemos.  Puede parecer chocante que lo diga en unos momentos de extrema dificultad, pero todavía –es un todavía que va a contrarreloj--  hay posibilidades de salir de esa zahúrda. Por lo que decir que Iglesias es un «líder fallido» me parece excesivamente contundente.

Así pues, recuerden a Shakespeare: «Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nuestros vicios». (Julio César, Acto I, escena III). Con lo que Podemos y Pablo Iglesias debería saber y corregir sus vicios.

Tercero. De lo anterior infiero que los gritos de «¡unidad, unidad!» que se dan a favor de Waterloo y de Podemos (hechas y salvadas las diferencias)  solamente son conjuros inútiles contra el mal de ojo. Ese grito, en tales circunstancias, es la continuidad de la división por otros medios.


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