Éramos
pocos y pario abuela, se decía en tiempos peores que éstos. Lo que ahora viene
a cuento porque mañana se funda el enésimo partido en Cataluña. Que, como es
natural, se hace en nombre de la unidad. De la unidad que, en su nombre, se han
hecho todas las rupturas que en el mundo han sido. Sus apóstoles, por lo
general, no pocas veces han sido los artífices de la dispersión. Es la
desagregación que se disfraza de unidad para no infundir sospechas.
El
hombre de Waterloo, con el mando a distancia, pone en marcha la salida de la Crida Nacional per la República.
Es la enésima versión post convergente, cuyo nacimiento lleva el marchamo de la
confusión. Sus promotores la han inscrito como asociación en el registro de la
Generalitat y como partido en el Ministerio del Interior. El presidente
fundador será Carles
Puigdemont; el Hermano Mayor de la cofradía será Jordi Sánchez. El primero, lejos del
mundanal ruido; el segundo, en la cárcel de Lledoners, absurdamente detenido a estas alturas.
La
Crida se pensó –no podía ser de otra manera, según los tropos de la política
tradicional-- en aras de la unidad del
movimiento independentista. Una martingala torticera, pues desde el principio,
sus talabarteros sabían que Esquerra
Republicana de Catalunya no formaría parte de la pipirrana. E,
igualmente, una parte cualitativamente selecta del PDECAT veía con desconcierto dicha operación. En
todo caso, la Crida es la constatación evidente del fracaso de los sujetos políticos que diseñaron, a
trancas y barrancas, el procés. Una tropa variopinta que va desde
convergentes de derechas y neoliberales hasta excursionistas que, de lo más
moderado, tuvieron altas responsabilidades en el socialismo catalán, que
siempre consideraron a Pablo Iglesias El Viejo,
como un patán. En suma, gentes diversas y dispersas que, intentado estar
seguros en todas las partes, no son fuente en ninguna, parafraseando al viejo
tiburón de Sir Winston.
Como
diría la lotera, doña Manolita:
«Mañana, mañana sale».
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