sábado, 15 de agosto de 2020

«No tengáis miedo de lo nuevo». Habla Antonio Baylos

 

Nota preliminar.--- Javier Tébar y un servidor ponemos a disposición de las redes sociales nuestro libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´, que publicamos en 2017. Desde aquel tiempo algunos árboles han cambiado, pero el botánico permanece. Publicaremos el libro por capítulos que aquí llamamos ´trancos´. Y, de entrada, editamos el prólogo que generosamente hizo el profesor Antonio Baylos

 

Prólogo

 

Este es un libro que ofrece un reconocimiento a las personas que han dedicado una buena parte de su vida a representar a las trabajadoras y trabajadores en su lucha por conseguir o defender sus derechos y cambiar sus vidas. Es un libro que honra a los sindicalistas y habla del sindicato como un ser vivo, un sujeto activo que establece una relación conflictiva con la realidad social, económica y política que pretende modificar y alterar permanentemente. Un sujeto cuya actuación recuerda los trabajos de Sísifo, pero que es también y al mismo tiempo Prometeo encadenado.

 

José Luis López Bulla quería, en compañía de Javier Tébar, escribir este libro, le urgía presentar una reflexión directa, sin circunloquios ni giros retóricos, sobre algunos puntos centrales para planear nuevos itinerarios que necesariamente debe recorrer el sindicato y los sindicalistas en el mundo global que se despliega ante nuestras vidas. Coincide, así, con un esfuerzo colectivo por repensar el sindicato como organización representativa de las personas que trabajan, pero que no se integra en la organicidad de estas reflexiones: se sitúa al lado, abriendo un espacio de debate que se concreta en un diálogo directo, casi una interpelación, a sus lectores. Porque el libro tiene el propósito que se avanza en el propio título: no tengáis miedo a lo nuevo.

 

A lo largo de sus páginas se abordan temas fundamentales para el sindicalismo y para el conjunto de las relaciones de trabajo, en una amalgama de perspectivas sociales, regulativas y orientadoras que van desde la discusión sobre la pervivencia del taylorismo y la respuesta que la estrategia del sindicato debería dar a este hecho, hasta la representación y sus figuras, la unidad sindical como posibilidad y la dimensión europea del sindicalismo como necesidad fallida, la negociación colectiva y la huelga, con un tratamiento específico de la huelga en los servicios esenciales, la participación democrática en el sindicato. Todos ellos son temas apremiantes, de resolución incierta, pero que justo por ello suponen elementos decisivos para la configuración de la forma sindicato y su capacidad de actuación en el futuro inmediato.

 

López Bulla se inserta en el discurso de la modernidad tardía que cobra conciencia de la complejidad social y dinámica de la realidad, en donde esta se configura como un proceso de hechos socialmente construidos que reflejan unas certezas aceptadas como tales en un momento histórico determinado y que pueden ser reformuladas a partir de la acción de los agentes colectivos que condicionan asimismo la referencia cultural que permite explicar la realidad. Un punto de vista que se aleja tanto de la perspectiva posmoderna, en donde la variedad de relatos o narrativas son igualmente válidos para explicar la realidad, como de las tendencias reactivas frente a la inseguridad e indecisión sobre la interpretación de la complejidad social que recurren a la tradición y a la reiteración de las viejas certezas sin aceptar su caducidad ni su deterioro. A estas alturas ya muchos estarán pensando cuál es el papel del prologuista en este escrito de homenaje a los sindicalistas. Qué hace un jurista del trabajo escribiendo el preámbulo de un libro de alguien que no requiere presentación alguna y que es un veterano y verdadero dirigente sindical, un permanente estudioso reflexivo de las tendencias presentes en la realidad laboral y social y un activo y reconocido observador participante de la actuación y de la estrategia del sindicalismo español y europeo que cuenta con una amplísima experiencia política y con una capacidad de análisis profunda y original. La respuesta es doble. Por un lado, como el propio López Bulla señala, hay una relación muy directa entre los juristas del trabajo entendidos en su dimensión real y el sindicalismo, o, dicho de otro modo, entre quienes elaboran instrumentos conceptuales y teóricos sobre la regulación del trabajo a partir de la consideración del derecho como un campo de lucha en donde se confrontan tendencias e intereses encontrados, y el sujeto colectivo que representa al trabajo en tanto elemento político y democrático determinante para el conjunto de la sociedad, que se expresa en una serie de condiciones de trabajo y de vida a partir de las cuales se construyen posiciones jurídicas singulares reconocidas como derechos por el ordenamiento jurídico.

 

Es una relación con el intelectual colectivo que conforma el sindicato y que implica una convergencia entre saberes y experiencias que interactúan entre sí y potencian la acción sindical a la vez que vigorizan el análisis teórico de la regulación jurídica. Además, o justamente por ello, tras de lo que López Bulla define como el parón del ciclo largo de conquistas sociales con el cambio de paradigma que lleva consigo la imposición de las reformas estructurales de la regulación del trabajo, esa confluencia de saberes y experiencias se ha hecho más amplia, y el interrogarse sobre los nuevos instrumentos que requiere la situación actual, cuestionando los que hasta el momento se entendían como seguros y ciertos, es una exigencia ineludible tanto para los juristas del trabajo —«dignos de ese nombre», como los califica el autor— como para los sindicalistas. Hay otra razón, igualmente poderosa, para explicar este prólogo. Se trata de la amistad que une al autor y al prologuista y que viene de lejos. Se remonta al menos a la década de los noventa del siglo pasado, cuando José Luis López Bulla me invitó a una charla en Barcelona para hablar de lo que había constituido el objeto de estudio de mi tesis doctoral, la huelga en los servicios esenciales, y en donde pude compartir paseo, charla y sobre todo una opípara cena en un  restaurante gallego cercano a la Via Laietana con algunos otros comensales, entre los que recuerdo a Margarita Robles, que me pareció un tanto horrorizada ante los callos con garbanzos y el aguardiente final que rubricó el condumio.

 

Mi admiración por el entonces secretario general de la Comisión Obrera Nacional de Cataluña (CONC) siguió en aumento en los años sucesivos, cuando, además, compartimos actividades con otros amigos que ingresarían posteriormente en la magistratura, como Ascensió Solé o Miquel Falguera, y que continuaría con reiterados coloquios, en un dueto en ocasiones sorprendente para los asistentes a él, a invitación de Joan Coscubiela, el nuevo secretario general de la CONC, que reunía la doble condición de jurista y sindicalista. Seguí, asimismo, su incursión en el Parlamento catalán, del que recuerdo las palabras precisas que le dedicó Vázquez Montalbán y que siguen siendo una referencia ineludible para resumir la conveniencia de la opción política escogida: «Cuando Iniciativa per Catalunya inscribió a José Luis López Bulla en la lista de candidatos a las inmediatas elecciones en el número dos, sin duda era la gran noticia de esa lista. José Luis López Bulla significaba no ya la radicalidad histórica e historificada, sino la nueva radicalidad. Una lista electoral es un código de señales y en ella el exsecretario general de Comisiones Obreras de Cataluña emite la de una izquierda convicta y confesa, que no tiene miedo a la palabra izquierda porque no es una izquierda de mercadotecnia, pero que tampoco sacraliza un término que no merece la pirueta, sino el bisturí, urgente, de la cirugía ética y estética». Esa inquietud por lo nuevo constituye, por tanto, una de sus señas de identidad más marcadas y reconocidas por quienes lo conocemos. También lo es la de fomentar el encuentro y el diálogo sobre temas que considera de relevancia teórica y colectiva, a los que convoca a discutir en forma de conversación o como cruce de cartas, en una suerte de literatura epistolar.

 

He tenido oportunidad de participar en varias de estas confluencias. Así, él y yo dimos a luz un trabajo en el que debatimos la acción colectiva y los problemas de la representación institucional en los lugares de trabajo, una «conversación particular» que se publicó en la Revista de Derecho Social del 2003, pero asimismo construyó conforme a esta técnica un hermoso libro sobre el texto de Romagnoli «El renacimiento de una palabra» a través de las intervenciones de más de doce autores, publicadas en su blog, que luego editaría la Fundación Sindical de Estudios en el 2006. Las reflexiones que ha querido plurales sobre Trentin o sobre otros textos de autores amigos como Riccardo Terzi pueden seguirse en su blog y resultan de una riqueza expositiva notable. Después de su «retirada de la política activa», como señala la versión catalana de la Vikipedia empleando una expresión que denota una cierta incomprensión del propio término política, nuestra relación se fue centrando en la colaboración escrita y la reflexión abierta sobre los temas que más nos interesaban y recibí puntualmente, a partir del 2005, el boletín que nos mandaba a unos cuantos «cofrades» y que tenía un nombre cautivador, «Peus de Porc», el inmediato antecedente de su incursión en el mundo digital y la inauguración de «Metiendo bulla», el cuaderno de bitácora más popular y reconocido del mundo sindical, que se remonta al 2006 y que simultaneó con algunos «almacenes» en los que conservaba textos más largos y con la construcción de los lugares centrales de la ciudad de Parapanda. A ese recinto también yo mismo fui admitido cuando allá a mitades del 2007 me regaló un blog llamado «Según Antonio Baylos», en el que durante casi un año y medio el siempre activo Tito Ferino ejerció, como se decía en el íncipit del blog, de amanuense cualificado, es decir, era él quien recibía el texto de las entradas y las publicaba con aparato gráfico incluido.

 

A partir de finales del 2009, sin embargo, asumí plenamente la condición de titular del blog al hacerme cargo por completo de su ejecución y desarrollo, relevando a Tito Ferino de esta tarea y poniendo en su lugar a un joven Simón Muntaner como responsable de buscar textos y sugerir ideas, además del material fotográfico, de esta bitácora. De aquellos orígenes perduran, sin embargo, algunas convergencias, o, como ahora prefieren denominarse, confluencias, especialmente en la cuenta de Google que alimenta el blog, entre el titular de «Metiendo bulla» y el de «Según Antonio Baylos», lo que asimismo se contagia al correo Gmail, con interesantes confusiones de nombres y de fotografías entre uno y otro que generan equívocos divertidos y ruidosos entre amigos y conocidos. Una hibridación que refleja sin duda la colusión positiva de los espíritus que se produce en la ciudad libre de Parapanda, en la que sendos blogs —junto con algunos otros afluentes, como «Desde mi cátedra», de Joaquín Aparicio— comparten reflexiones y paseos metafísicos además de otros alimentos terrenales. Hemos recorrido muchos lugares comunes y hemos frecuentado autores y lecturas favoritas. Las traducciones que él hacía de algunos textos importantes en el universo italiano que ambos recorremos —de Trentin a Lettieri o Rossanda— las intercambiábamos en el blog, como las que yo efectuaba, especialmente de Umberto Romagnoli. En este ya largo recorrido, el blog cobró una nueva dimensión en lo que se viene a denominar «las redes», también mediante la indicación de López Bulla, que replicaba el contenido de sus entradas en un espacio de encuentro muy frecuentado por propios y extraños, Facebook, en el que yo también me hice una cuenta con nombre supuesto pero fácilmente identificable, con la misma finalidad de extender allí lo producido aquí, además de integrarme en este lugar de encuentro y de opiniones comentando las de otros, recomendando documentos o artículos o, como normalmente sucede, asintiendo con «me gusta» a las informaciones y valoraciones de otros contertulios.

 

Lejos del torbellino de noticias virales en el que estamos sumidos y que constituye un orwelliano ecosistema posinformativo, en no pocas ocasiones suministrando una útil cortina de humo para los intereses de los grupos mediáticos incrustados en los poderes económicos y financieros, la incursión de la blogosfera de Parapanda en ese universo de las redes sociales combate directamente el analfabetismo funcional de tantas y tantas informaciones posperiodísticas y es un punto de referencia cotidiano para tantas y tantas personas que leen la publicación que López Bulla coloca casi diariamente en la ventana de su página y que replica inmediatamente en Faceland como medio seguro de acceso. Un prólogo no es el lugar en el que se dialogue con el libro prologado, sino una apertura a los problemas que este plantea y abre a quienes lo leen. Y en este libro se proponen muchos, y de envergadura. López Bulla parte de una afirmación neta: la de que el «ciclo largo» de conquistas sociales que el sindicalismo impulsó se ha agotado con el estallido de la crisis del 2008 y su resolución mediante las llamadas políticas de austeridad. La resistencia sindical ha sido importante, pero no ha logrado sus objetivos, no solo por el contexto de crisis ideológica y política que rodea este inicio de siglo, sino por la incapacidad de repensarse como sujeto colectivo dotado de una estrategia determinada por la adaptación a «lo nuevo» de esta situación, al nuevo paradigma que la contiene. Ese es el eje de intervención del libro: proponer, a través de la selección de una serie de lugares valiosos e importantes, una forma diferente de enfocar el enunciado de la problemática presente y la estrategia que se debería adoptar.

 

El método que el autor escoge busca voluntariamente el debate y la discusión, se presenta de manera polémica, interpelando a quienes lo leen a buscar otras soluciones, rebuscando en las experiencias aisladas, pero valiosas, que se han ido produciendo en la acción sindical los elementos que permitan una «reubicación» del sindicalismo en estos tiempos de la globalización financiera y de remercantilización del trabajo. La apreciación de mayor calado es, sin duda, la que apunta hacia la reconsideración del proceso tecnológico en marcha y la incidencia en las formas organizativas que estructuran el trabajo concreto. Tanto desde la noción de ecocentro de trabajo como desde la atención específica a la centralidad, en el planteamiento de la estrategia del sindicato, de la organización del trabajo, la propuesta de López Bulla me parece que va más allá del «pacto social por la innovación tecnológica» que plantea, o de la consigna muy expresiva de arrumbar el taylorismo siempre inalterado en la forma del dominio unilateral del empresario sobre la organización del trabajo. Recupera, poniéndolos al día, aspectos muy decisivos en el debate de finales de los años sesenta y la década de los setenta del siglo pasado sobre la organización concreta del trabajo, proyectada hacia una nueva versión de democracia social que integre necesariamente los espacios de libertad y de contractualidad sindicalmente dirigida que provienen de los lugares de producción. La incidencia de ese cambio tecnológico junto con la recomposición de las fórmulas de organización de la empresa produce transformaciones también en la conformación subjetiva de las clases subalternas, tanto en su posición respecto del trabajo concreto como en lo relativo a la cultura del trabajo, que se confronta a la que era hegemónica hasta los años ochenta del siglo pasado. Es, por tanto, un planteamiento que vigoriza la centralidad del trabajo en la sociedad y en el pacto constitucional fundante, pero que la alarga hacia la raíz de la forma concreta de estructurar y desarrollar el trabajo y la forma en que este se presta, sobre las propias condiciones de trabajo, que devienen asimismo condiciones de existencia social.

 

En este entrecruzamiento de líneas de acción, se desprenden otras indicaciones implícitas, como la que deriva del uso del tiempo y su apropiación como tiempos colectivos y no tiempos alienados o indisponibles, y previsiblemente revalorice elementos hasta ahora marginales —por especializados— en la acción sindical, como todo el ámbito de la salud laboral, desvinculado de la perspectiva concreta de la prevención de riesgos. Además de ese eje de lectura extremadamente sugestivo, que requerirá sin duda el desarrollo de un proyecto que reconstruya la unidad de la formación, el conocimiento y los saberes, a la vez que revaloriza la acción sindical en un tiempo en el que el capital cognitivo es determinante, el libro plantea un amplio panorama de temas que revisan prácticas y rutinas sindicales de una parte, o que en otras requiere un esfuerzo de radicalidad y de cambio. Uno de ellos es el que reflexiona sobre la forma sindicato y la representación, en donde el autor sostiene sus ya conocidas tesis sobre el envejecimiento de la representación electiva o unitaria en los centros de trabajo y la necesidad de su transformación. Hace casi quince años ese fue el objeto de  la «conversación particular» que mantuvimos en las páginas de la Revista de Derecho Social, en un debate que todavía hoy me parece que tiene una cierta vigencia. Como se conocen nuestras respectivas posiciones alrededor de este tema, lo que creo que se debe destacar (o rescatar, en mi perspectiva) de él es fundamentalmente la necesaria relación que tiene que establecerse entre la estructura de la representación (sindical o unitaria) y la plataforma reivindicativa.

 

Esta conexión me parece otro punto nodal del análisis que efectúa López Bulla, porque se relaciona con la exclusión o el apartamiento de identidades laborales cualificadas por el género, la edad o la pertenencia étnica, que, sin embargo, aparecen situados en el espacio de la precariedad o en el no lugar de los centros de trabajo privados de un engarce con la acción colectiva que son cada vez más un dato organizativo definitorio de las nuevas relaciones laborales, y que se debería abordar desde el prisma de las diversidades que se dan en el trabajo concreto y se expresa en formas organizativas de empresa que rompen el diseño de la representación colectiva (sindical y unitaria). A su vez, entiendo que el debate sobre las formas de representación en la empresa tiene que ver directamente con la problemática de la unidad sindical. La apuesta razonada del autor es la de superar la unidad de acción y avanzar hacia la unidad orgánica como «razón pragmática» del movimiento sindical —que en su propuesta no se detiene en la unidad entre UGT y CCOO, sino que se amplía a USO como sujeto concernido, al formar parte estas tres organizaciones confederales de las estructuras sindicales del sindicalismo europeo y mundial— porque la viabilidad de lo unitario se conjuga en el tiempo del futuro de un proceso de unificación que, ciertamente, tiene «interferencias inamistosas», pero cuya probabilidad permitiría emerger un nuevo sujeto colectivo construido formal y materialmente sobre una noción unitaria de representación del trabajo asalariado y asimilado a este. En ese contexto inédito, la reformulación del mecanismo de representación en todos los niveles, y en particular en los centros de trabajo, sería obligado.

 

La representación colectiva exige la acción que canaliza la tutela de los representados. Ahí se sitúa el dilema clásico en la conceptuación de CCOO sobre configurar un sindicato «de» o «para» los trabajadores. La consideración de la forma sindicato como un sujeto ajeno, que cumple funciones parapúblicas de tutela, rompe el ligamen central de la representación entre el agente colectivo y el conjunto de las clases subalternas. Por tanto, la reflexión sobre la participación y la implicación de los trabajadores tanto en su consideración colectiva, pertenecientes a un espacio determinado por el trabajo concreto, como individualmente, en tanto sujetos que prestan su trabajo a cambio de un salario, es otro elemento directivo de la propia estrategia sindical. Participación e implicación en la toma de decisiones que tienen que adaptarse a la incidencia del cambio tecnológico y a las condiciones de trabajo marcadas por las formas de organización de empresa y al dominio sobre la organización del trabajo por parte del empleador, pero que a su vez deben promoverse como condición necesaria de una acción sindical que quiera experimentar su eficacia en el nivel concreto funcional o territorial donde ejercite su poder de contratación o su capacidad de acción colectiva. López Bulla insiste con razón en esa relación virtuosa entre participación y acción, de manera que, como enseña la historia concreta de las grandes conquistas obreras, la forma en la que se construye la voluntad colectiva de actuar, la implicación de otros sectores que confluyen y apoyan las acciones en marcha y la extensión del consenso entre una amplia mayoría de trabajadores es tan decisiva para la victoria como la corrección y oportunidad de la reivindicación esgrimida. Y este proceso de participación democrática —que se debe calificar como un derecho— es el método apropiado para calibrar el alcance de los objetivos y la propia determinación de estos.

 

Esto no solo supone, obviamente, un diseño democrático «externo» al sindicato, es decir, un requisito que solo funciona fuera del lazo asociativo entre la organización sindical y sus afiliados. La implicación y la participación democrática forma parte esencial de la democracia interna sindical, y no se agota —como tampoco sucede «fuera», en el espacio público— en los procesos electorales de formación de los órganos de dirección en los respectivos niveles. Difundir la información como condición para la toma de decisiones, fomentar la consulta a todos los afiliados y trabajadores sobre las líneas centrales de una política reivindicativa determinada, convocar a los afiliados y afiliadas al sindicato a formar parte de las grandes opciones que van a definir las líneas maestras de la acción del sindicato son elementos reconstituyentes del sindicato como forma representativa, que, además, permiten conocer y experimentar de forma más aproximada —no «desubicada»— las nuevas condiciones en las que nos ha colocado la situación de recomposición del poder económico y social dirigido por una globalización financiera que degrada los derechos laborales y sociales, devalúa el salario y precariza la existencia laboral y vital de las personas. El cierre de la acción sindical lo constituyen las medidas de acción colectiva, por lo tanto, el conflicto sigue siendo un elemento decisivo en el diseño sindical como condición de eficacia de su proyecto regulativo.

 

No es cierto que bajo la gobernanza económica las huelgas hayan remitido, al contrario, la resistencia sindical en España se ha expresado con fuerza a través de las huelgas tanto generales como muy especialmente de empresa, mucho menos de sector. El problema es que su eficacia se ha reducido notablemente. Es decir, que la huelga como «forma de intimidación democrática» ha perdido una buena parte de su función. Y urge recuperarla. Ello implica reflexionar acerca del espacio del trabajo concreto sobre el que se despliega el conflicto, la experimentación de formas nuevas de presión utilizando las tecnologías de información y comunicación que maneja la empresa, extendiendo la participación a otros sectores que integren el propio conflicto y protagonicen elementos importantes de este no solo desde una solidaridad activa. López Bulla propone una línea de análisis sustentada en la necesidad de sacar la huelga del espacio privado, definido por el círculo organizativo de la empresa, al espacio público, en el que discurren las posiciones políticas e ideológicas de los ciudadanos, de manera que el conflicto pueda apropiarse físicamente de la calle, de la ciudad, pero fundamentalmente del espacio inmaterial de la opinión pública, no solo ganando visibilidad en este, sino suministrando los argumentos y los motivos que avalan su corrección. No se trata de una pretensión desaforada, puesto que cuenta con experiencias concretas que se han practicado por el movimiento sindical, trasladando el conflicto a su contemplación directa por la ciudad y sus habitantes, ocupando de manera permanente un espacio urbano y asentando el conflicto en él como paisaje temporal, o garantizando la presencia constante en las actividades culturales o políticas que tienen lugar en el municipio. El conflicto tiende a ser reprimido y ordenado desde fuera por la norma y los jueces, cuando no por la policía, y en consecuencia esta dimensión invasiva y punitiva del derecho de huelga se confronta con su configuración constitucional como derecho fundamental ordenado funcionalmente al logro de la igualdad sustancial al que también resultan comprometidos los poderes públicos. Pero la huelga supone materialmente el rechazo colectivo y concertado del trabajo prestado en régimen de subordinación, implica, por tanto, un acto de emancipación en el que se niega la autoridad en la empresa, que se sustituye por la voluntad colectiva de quienes trabajan en torno a un cambio en las condiciones de trabajo, en la situación de empleo o en la propia conformación de su existencia social como clase. Por eso la autotutela colectiva del conflicto, entendida como la capacidad autónoma de dirigirlo y gobernarlo, es un poder sindical fundamental. No sucede, sin embargo, así en una buena parte de los supuestos, y en concreto en el ámbito de los llamados servicios esenciales de la comunidad, que es el espacio de intervención más acusado del autoritarismo represivo del poder público en nuestro país.

 

En el libro se resalta la necesidad de revisar la actitud del sindicalismo español al respecto, tanto en la determinación de cuáles pueden ser servicios esenciales ante una huelga en concreto, como respecto de la ominosa presencia de los llamados servicios mínimos copiosos que impiden la eficacia de la huelga y que esta cumpla su función intimidatoria. Así, el alcance de los límites del ejercicio del derecho de huelga debe ser fijado esencialmente por la autodisciplina del propio sindicato como ejercicio de su propia autonomía colectiva, que es capaz de expresarse respetando los derechos del resto de los trabajadores afectados por el conflicto. Los sindicalistas son «experimentadores sociales» y ese experimento no solo se efectúa en la esfera de la organización de la representación y en la ordenación del poder contractual e intimidatorio de esta, sino que se proyecta sobre «todo el quehacer del sujeto social en la relación entre ciencia, técnica y organización del trabajo». La radical transformación de trabajo obliga a un repensamiento global de la relación del sujeto colectivo con estos cambios.

 

El libro de José Luis López Bulla se adentra en este territorio suministrando elementos muy valiosos para continuar una reflexión que hoy más que nunca es imprescindible. Su lectura es ineludible para todas aquellas personas que quieran pensar sobre el sentido de la acción colectiva organizada en las relaciones laborales y en la construcción de la ciudadanía social. Lo que significa analizar con capacidad crítica las coordenadas políticas, económicas y sociales en las que nos sitúa la ideología neoliberal hegemónica y el sistema neoautoritario que está propiciando a través de la llamada «nueva» gobernanza económica europea. Nada más y nada menos. Todo un reto y una actitud inconformista decididamente resuelta a impugnar un mundo injusto y desigual que puede ser cambiado por la acción colectiva de la «gente común», ante todo por la acción colectiva de las personas que trabajan y obtienen de su trabajo los medios de vida y de existencia social. Un esfuerzo que merece la pena compartir y activar.

 

Madrid, 30 de diciembre del 2016 Antonio Baylos, Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM)

 

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