martes, 18 de agosto de 2020

Los rasgos más relevantes del nuevo paradigma (3)

 

Nota editorial.--  Esta es otra entrega del libro ´No tengáis miedo de lo nuevo´. Los capítulos precedentes están en los días anteriores.

 

José Luis López Bulla

 

Segundo tranco

 

 

Intentaré desarrollar someramente la gran mutación que se ha producido, que no ha hecho más que empezar, y el nuevo enfoque sindical que, en mi opinión, se requiere. Un enfoque radicalmente nuevo en torno al nuevo paradigma, la personalidad del sindicalismo confederal con relación a sus paredes maestras: la contractualidad y los instrumentos de la representación sindical. Son unos problemas que acucian al sindicalismo español y, por supuesto, con grados diversos al movimiento sindical europeo. 

Siguiendo las investigaciones de Bruno Trentin, especialmente las de La ciudad del trabajo —todo un libro programa-- podemos convenir que el fordismo (no así el taylorismo) se está convirtiendo en pura herrumbre en los países desarrollados. El fordismo fue esencialmente un sistema de organización de la producción que, junto al taylorismo, logró imponer un tipo determinado de sociedad que ha recorrido todo el siglo xx. La caída de este sistema determina la desaparición —repetimos, en los países desarrollados— de una forma de trabajar, unas relaciones sociales y una nueva geografía del trabajo completamente distintas. Digamos que el fordismo es un sistema económico y social, aunque especialmente productivo, basado en la economía a gran escala, de grandes fábricas, cuyo núcleo duro es el taylorismo, la llamada organización científica del trabajo fragmentado, mecanizado y planificado desde «arriba», que con gran maestría representó Chaplin en Tiempos modernos. ´ 

La permanente revolución de las fuerzas productivas, basadas en las novísimas tecnologías de la información, en un mundo globalizado ha provocado un nuevo paradigma: un ecocentro de trabajo en constante mutación, donde lo nuevo queda obsoleto en menos que canta un gallo. Se trata, pues, de un proceso de innovación y reestructuración gigantesca de los aparatos productivos, de servicios y del conjunto de la economía. Este proceso, podemos decir —incluso con cierta indulgencia—, ha pillado con el pie cambiado a la izquierda social y al conjunto de la política. No solo en España, también en Europa. Hablando con recato, se diría que los sujetos sociales y políticos han estado distraídos. 

En paralelo a este proceso irrumpe enérgicamente la globalización y la interdependencia de la economía. Sin embargo, en esta metamorfosis (la innovación-reestructuración en la globalización), el sindicalismo y la política de izquierdas mantienen su quehacer y «la forma de ser» como si nada hubiera cambiado. Cambio de paradigma, pues, excepto en los sujetos sociales y políticos, que siguen instalados en las nieves de antaño. Este desfase es, en parte, responsable de que (por lo menos en el sujeto social) se tarde en percibir que se estaba rompiendo unilateralmente —primero de manera lenta, después abruptamente— el compromiso fordista--keynesiano que caracterizó el «ciclo largo» de conquistas sociales, especialmente los derechos en el centro de trabajo y la construcción del Estado de bienestar. He repetido hasta la saciedad que el objetivo neoliberal era el siguiente: proceder a una «nueva acumulación capitalista» para sostener una fase de innovación-reestructuración en la globalización de largo recorrido al tiempo que se procede a una potente «relegitimación de la empresa», como ya dijera, hace años, un joven Antonio Baylos en Derecho del trabajo. Modelo para armar. 4 De ahí las privatizaciones y la eliminación de controles; sobran, pues, en esa dirección, tanto la Carta de Niza (diciembre del 2000) como, en España, el conjunto de derechos conquistados durante el «ciclo largo». Este y no otro es el objetivo central de las diversas entregas de la llamada reforma laboral. Dramáticamente podemos decir: los intelectuales orgánicos de las diversas franquicias de la derecha aprovecharon el cambio de paradigma, mientras la izquierda estaba en duermevela o bien —como critica Alain Supiot— entendió que frente a la ruptura del pacto fordista-keynesiano solo cabían planteamientos paliativos, homeopáticos. 

Vale la pena decir que el sindicalismo confederal español se opuso, y no retóricamente, con amplias movilizaciones de masas, tanto a los estragos de las reformas laborales como a la deforestación de lo público en terrenos tan sensibles como la sanidad y la enseñanza. Sin embargo, hemos de constatar un hecho bien visible: lamentablemente no ha salido victorioso, y ni siquiera esa partida ha acabado en tablas, aunque en determinas zonas haya conseguido frenar una parte de los estragos. Tras el parón del «ciclo largo» y la imposición de la reforma laboral, dentro y fuera del ecocentro de trabajo, la parábola del sindicalismo ya no es ascendente. Tres cuartos de lo mismo ha sucedido en Europa. 

Surge, entonces, la siguiente pregunta: ¿por qué las movilizaciones sostenidas y ampliamente seguidas no consiguieron su objetivo? Como es natural, echarle la culpa a las derechas y sus franquicias, siendo verdad, no resuelve gran cosa. El problema de fondo está, a mi juicio, en qué responsabilidades propias tiene el sindicalismo confederal en toda esta historia. O, lo que es lo mismo: ¿qué verificación hace de sí mismo, eliminando las autocomplacencias y la autorreferencialidad? Intentaré decir la mía, aunque me cueste la antipatía de amigos, conocidos y saludados. 

Si es evidente que existe una relación directa entre el interés del poder privado, empresarial y político, en aplicar autoritariamente los procesos de innovación-reestructuración en la globalización, es claro que dicho poder privado ha inscrito su estrategia —primero «guerra de posiciones», después «guerra de movimientos»— en el contexto realmente existente, esto es, la emergencia que ha sucedido al fordismo. Sin embargo, el sindicalismo ha dado esa batalla con el mismo proyecto y la misma organización de la época de hegemonía fordista. Así las cosas, el sindicalismo plantea una necesaria batalla, aunque esta —en su proyecto, contenidos y formas organizativas— se encuentra desubicada del paradigma realmente existente. Lo que, además, explicaría la pérdida de control sobre los horarios de trabajo y el conjunto del polinomio de las condiciones de trabajo. Concretando: las relaciones de fuerza para ganar se crean en la realidad efectiva; de ahí que, si se está en Babia, el resultado está cantado de antemano. 

Podemos afirmar, en todo caso, que en el sindicalismo confederal hay intuiciones en torno al gran cambio que se ha operado tanto en el ecocentro de trabajo como en el conjunto de la economía. Unas intuiciones que, aunque deshilvanadas, figuran en la literatura oficial, esto es, en los informes y documentos congresuales. No obstante, esa literatura oficial (aprobada por amplias mayorías en las grandes solemnidades congresuales) no encuentra eco en la literatura real, a saber, en las prácticas cotidianas de los procesos de negociación colectiva que, como bien afirma Joaquim González Muntadas, un veterano dirigente sindical catalán, es la «centralidad del proyecto sindical». Sin embargo, esa literatura sigue siendo un ajuar ineficazmente chapado a la antigua, esto es, instalado en la chatarrería del viejo sistema fordista. Que esto es así lo demuestra un problema que viene de lejos. Pongamos que hablo de la batalla por la reducción del horario de trabajo. Habrá que convenir que de esa lucha no hemos salido bien parados. Muy cierto, los empresarios se han opuesto a sangre y fuego. Pero ¿cuáles son nuestras propias responsabilidades en ello? Pocas o muchas deben analizarse. Y, en esa dirección, me pregunto: ¿no será que, debido a nuestra desubicación del nuevo paradigma, hemos hecho un planteamiento como si todavía estuviéramos en un campante fordismo? ¿No será que una reivindicación necesaria y justa como esta se ha llevado a cabo al margen de la realidad de las gigantescas transformaciones en curso? Más todavía, ¿no es cierto que, por lo general, concebimos la reducción de los horarios de trabajo también al margen del resto de las variables de la organización del trabajo y como si fuera una «variable independiente» de todas y cada una de ellas? Instalarnos, pues, en que la responsabilidad es de nuestras contrapartes empresariales, sin ver las nuestras, dificulta —¡y de qué manera!— salir de ese laberinto. 

En resumidas cuentas, no habrá refundación del sindicato —así en España como en Europa— si nuestra praxis no se orienta, al menos, en estas dos direcciones: la comprensión de que el fordismo es ya pura herrumbre y, en consecuencia, urge que los contenidos reales de los procesos negociales sean la expresión de la transformación de este, y no otro que ya murió, paradigma de la innovación-reestructuración global e interdependiente. La hipótesis es, pues, la siguiente: solo en este paradigma actual puede el sindicato remontar su parábola que hoy es descendente, solo en el paradigma actual se puede intervenir en la crisis de representación y de eficiencia en la que nos encontramos, y solo en ese paradigma se puede crear, gradualmente, una nueva relación de fuerzas que nos sea favorable. Y, más todavía, solo en ese paradigma, que es global e interdependiente, puede el sindicalismo iniciar la remontada. Lo que implica tirar por la ventana toda práctica de enclaustramiento sindical en cada Estado nación y, a la par, evitar las derivas parroquianas de la emergencia de algunos nacionalismos.

 

 


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