jueves, 18 de junio de 2020

Laicismo y sacralidad en los empresarios




1.--- La ideología de los grandes empresarios está, por lo general, en su billetera. Todo lo que se aleja de ese lugar va perdiendo solidez y se convierte en gaseosa, ya sea casera o multinacional. Es algo que explicaron en la Facultad de Derecho en una clase a la que hizo novillos el joven Casado casaseno. Por eso este caballero está en horas bajas. La apertura de la convención empresarial en Madrid ha provocado un enorme estupor en el primer dirigente del Partido Popular. Y los nuevos movimientos de sus barones le traen de cabeza: el reparto de los fondos –aunque todos ellos dicen que es «insuficiente» el caso es que representa un pastizal--  es lo suficiente llamativo para que dichos barones se permitan, aunque sea a tiempo parcial, una cierta heterodoxia rebajando la tensión contra Pedro Sánchez. Por si fuera poco Ciudadanos se desengancha del yugo y las flechas, por el camino de Swann, en busca del tiempo perdido.

Tres cuartos de lo mismo le sucede con la Unión Europea. Ha recibido no sé cuántos correos donde, más o menos, le dicen que lo último que esperan es que se mueva una hoja en el Sur de Europa. No las está pasando bien el Enviado del hombre de Marbella en la Tierra. De momento, Casado parece estar «solo, fané y descangayado».

2.---  A las veinticuatro horas de la apertura de la Convención empresarial Casado ofrece a Sánchez dos pactos: uno en Sanidad, otro para la cosa económica. ¿Iba de boquilla la irascibilidad de Casado hasta el momento de la propuesta de negociación? Ni hablar del peluquín. Iba en serio. El caso es que todavía nadie de la gran patronal le había llamado al orden. Alguien, según intuimos, le ha recordado aquel fragmento de los Discursos de Maquiavelo sobre las décadas de Tito Livio. Efetivamente, el famoso secretario florentino dejó dicho sobre los franceses lo que sigue: «Cuando se les pide un servicio, antes de pensar si pueden hacerlo discurren en el provecho que pueden sacar de él». Pues bien, Casado les pide a los grandes empresarios «un servicio». Pero ellos, como los franceses de Maquiavelo, le dijeron que, así las cosas, no sacaban «provecho». Que con ese ambiente de bronca –que en el estilo de Casado es barraquera infantil--  ellos, los grandes empresarios, no estaban por la labor. Con lo que sacamos esta conclusión: tampoco cuando en la Facultad se explicó la obra de Maquiavelo asistió el joven Casado.

Los empresarios saben que en un clima de exasperación la economía no va bien. Con lo que la billetera pierde grosor. Y los más lúcidos de esa congregación entienden que sólo en el «orden» pueden sacar beneficios sostenibles. El Partido Popular, bajo la dirección de Casado, es un factor de desorden. Y por lo que han entendido tales empresarios a medida que la bronca de los apostólicos se ha incrementado el apoyo a Pedro Sánchez se ha consolidado. Algo que en los parvularios carpetovetónicos y de Waterloo no se entiende.

3.---  Naturalmente los grandes empresarios deben cubrirse las espaldas de cara a sus parroquianos, de ahí que la convención acabará con unas conclusiones bífidas: por un lado, una llamada a la tranquilidad y al pacto; por el otro lado, la exigencia de ayudas financieras y, sobre todo, la derogación de la reforma laboral.  En todo caso presentarán una plataforma calculadamente extremista como elemento de presión para las negociaciones. Y es que todavía está muy presente, como estúpida táctica negociadora, elevar el contenido de lo negociable: una seña de identidad compartida que, demostrado está, molesta la marcha de las negociaciones.  

Ahora bien, a la gran empresa le importa un pimiento la reforma laboral. Cierto, preferirían que se mantuviese en sus actuales términos. Pero es algo que no les inquieta. Les inquieta mucho más el redactado del nuevo Estatuto de los trabajadores. Lo que ocurre es que han sacralizado de tal manera la reforma laboral que sería una conmoción que no diesen la batalla contra su derogación. Es lo que pasa cuando se confunden las cosas de la Tierra con las del Cielo. Más o menos como cuando el sindicalismo sacralizó las 35 horas olvidando la batalla real de la reorganización humanista de los tiempos de trabajo.

Conclusión: cuando los llamados agentes sociales dejen de sacralizar algunas cosas es posible que sus parábolas reanuden su línea ascendente.

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