Son
muchas las razones que fuerzan a construir un nuevo Estatuto de los
Trabajadores. No sólo como elemento de substitución de la llamada reforma
laboral sino como marco progresista que regule las relaciones laborales en
España. Urge, por tanto, organizar una despedida poco solemne del Estatuto de
los trabajadores de Marzo de 1980, sazonado diversas veces con sucesivos
aliños.
1.-- La elaboración por los grupos parlamentarios
del Estatuto de los trabajadores (en 1979) provocó una fuerte división en el movimiento
sindical: Comisiones Obreras lo rechazó de plano; UGT lo veía positivamente. En
el verano de 1979 empezaron las movilizaciones que organizó CC.OO.,
prolongándose hasta el invierno con una serie de paros generales (de diversa
duración: en Cataluña y Granada, unitarios con UGT, fueron de 24 horas)
precedidos por la primera gran asamblea en Madrid en la Casa de Campo.
Llovía
a mares aquel día: un petulante eslogan nos consoló, «Aunque se moje,
Comisiones no se encoge». Mientras tanto en el grupo parlamentario del PCE las
posiciones con relación al qué hacer no eran coincidentes. Santiago Carrillo planteaba una postura que conducía a
la abstención, mientras que Marcelino Camacho
era partidario de un no rotundo. La
cosa se saldó, como es sabido, con una discreta dimisión de Marcelino,
disfrazada de la plena dedicación al sindicato. A partir de ese momento, las
relaciones entre los dos fueron enfriándose paulatinamente.
2.-- El Estatuto de 1980 ha ido envejeciendo a
marchas forzadas. Es la cosa más normal del mundo. Fue elaborado y aprobado en
un contexto radicalmente diverso del actual: con unos centros de trabajo
todavía tradicionales, aunque ya se apuntaban signos de modernización; con una
escasa innovación tecnológica, salvo raras excepciones; en una economía no
institucionalmente integrada en la Unión Europea. La geografía económica, la
morfología de las empresas y los cambios en los centros de trabajo han
erosionado profundamente el viejo texto y sus diversas novaciones legislativas.
El Estatuto de 1980 nos habla en el día de hoy con la misma semántica y
prosodia que el Cantar del Mío Cid. (Pedimos disculpas a don Ramón Menéndez Pidal). Así pues, el viejo Estatuto
tiempo ha inició su lenta agonía. Demasiados factores y condicionantes lo han
puesto en crisis. ¡Que empiece la marcha fúnebre! Con la de Thalberg ya tiene
suficiente.
3.-- Yolanda Díaz tiene un equipo formidable y los
sindicatos marchan unidos. Son dos condiciones necesarias, aunque claramente
insuficientes, para pensar en el nuevo Estatuto. Falta la CEOE que no puede
enrocarse numantinamente en su propia salsa. Se incorporará a la agenda social
cuando entienda que le ha dado un sonoro coscorrón al gobierno de coalición. Y
–como ha sido tradicional en la historia de la CEOE-- cuando rentabilice dicho coscorrón se pondrá
manos a la obra. Con dureza, pero no necesariamente como espoliques de Casado y
sus hologramas. Las empresas no comen de los sepulcros del Cid y don Juan de
Austria. Su dureza será ´de clase´ no
con los perfumes del brazo incorrupto de santa Teresa. Más todavía, cuando la
CEOE entre a negociar algo se habrá orillado en el PP, aunque no hace falta
sospechar que la patronal buscará el refugio parlamentario de las derechas.
4.-- A la «división Yolanda» con el comodoro Pérez Rey no le será difícil negociar con los
sindicatos. En las alacenas de unos y otros hay suficiente documentación para
los primeros pasos. Cuestión diferente será con la CEOE. Tiempo al tiempo.
En
resumidas cuentas, la «división Yolanda»
está en condiciones de enhebrar un texto radicalmente nuevo, hijo de esta fase
de reestructuración e innovación de los aparatos productivos y de servicios: un moderno y eficaz iuslaboralismo.
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