sábado, 9 de febrero de 2019

España en su laberinto y Aníbal en las puertas




Primer tranco

Se acabó lo que se daba, si es que había alguna cosa que dar. Pedro Sánchez ha roto las conversaciones, o lo que fuera, con el gobierno catalán. Concretando: los Presupuestos del Estado están en peor situación que antes de tales conversaciones o lo que quiera que fuesen. El gobierno de Sánchez sigue en el baño María, asediado por un extraño comistrajo que va desde la derecha –una y trina-- a los niñatos bitongos del independentismo y ciertas personalidades del socialismo levantisco. Es la mezcla del ¡vivan las caenas!, lo friki y la nostalgia de las nieves de antaño.

Podemos sacar, así las cosas, una primera consideración provisional: las derechas han entrado en el peligroso terreno de la subversión; el independentismo, no sabiendo qué hacer en Cataluña, intenta embrollar la política española; y  las vacas sagradas del socialismo almacenan arrobas de sentimiento trágico de la patria, abrazando a los cenizos del 98. Es el triángulo.

Segundo tranco

El problema catalán no parece tener  solución. Solo puede tener parches o apaños sucesivos. No discuto que esta posición sea escéptica o definitivamente pesimista. Pero, en mi modesto entender, es realismo puro. Un realismo que, con más dureza todavía, anticipó José Ortega y Gasset en su discurso en las Cortes Constituyentes de la II República el 13 de mayo de 1932: «… el problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar». Más todavía, en estos momentos (cuya duración es difícil de prever por ahora) hace extremadamente difícil su solución. Ahora bien, convendría precisar que esta «conllevancia» no significa hacer la vista gorda ante las prácticas que, fuera de la legalidad, hiciesen los independentistas. La conllevancia tiene un contorno y un dintorno: la legalidad de la Constitución. En los límites de la Carta Magna es posible hacer política de conllevancia, no contra la Constitución. 

El independentismo está fuera y contra la Constitución. Por lo que –como se ha dicho anteriormente--  parece aproximadamente imposible llegar a un acuerdo político. Las razones me parecen evidentes: el programa del independentismo catalán ha fusionado los objetivos inmediatos con los mediatos: la República catalana, es una cuestión irrenunciable. Oriol Junqueras lo expresa meridianamente claro en La Vanguardia de hoy, sábado: el camino hacia la República catalana «no tiene marcha atrás». Frente a ello, el sector contrario a dicho postulado ha pasado de encogerse de hombros a tener una actitud militante, dentro y fuera de Cataluña, contra el independentismo. Cada cual con sus particulares señas de identidad. Son dos nacionalismos frente a frente, a cara descubierta. Sin medias tintas, ni soluciones intermedias. O caja o faja. Caixa o faixa. Dos características que comparten el català emprenyat y el español irascible. Los hunos y los hotros. Dos macizos de la raza que, en amplios sectores de una y otra bandería, pasan por encima de las consideraciones sociales. La teología identitaria por encima de lo social.

Tercer tranco

El fracaso de las conversaciones –o de lo que realmente fuese--  entre Carmen Calvo y miembros del gobierno de Cataluña en torno a la figura del «relator» no ha sido un fracaso político especialmente. Ni siquiera en torno a los Presupuestos del Estado. Es la constatación de: el grueso más influyente del independentismo catalán no quiere llegar a acuerdos; intenta, además, domeñar a aquellos grupos, que en ese terreno aparecen como moderados. Su interés es doblarle el pulso al Estado. Lo que objetivamente les lleva al terreno de cuanto más embrollo hay más posibilidades de avanzar a costa de lo que sea. No importa, pues, que Aníbal esté en las puertas de Roma. Si las derechas se hacen con el poder en España lograremos la unidad del independentismo. Se habrán acabado las metáforas y las martingalas. Una posición suicida. No caen en la cuenta de que va en serio la consigna de Delenda est Carthago, digo, Cataluña. 

España en su laberinto.

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