Siempre
es conveniente recurrir a la precisa definición de las palabras. Por ejemplo,
si hablamos de ´rutina´ y de sus derivados, es bueno acudir a lo que los sabios
de antaño dejaron dicho de todo ello: «Costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado, que no
requiere tener que reflexionar o decidir»; y en su segunda acepción: «Habilidad
que es únicamente producto de la costumbre». Entiendo que la académica
definición viene al pelo de la vida política de allende y aquende el río Ebro.
La definición, además, no indica que «rutina» o «rutinario» sean necesariamente
parientes de tranquilidad, calma y otras similares. Puede serlo o no.
Entendámonos: la persistente vida
política española –algo más que ajetreos--
es igualmente rutinaria así en la meseta como en el extraño polígono
esférico del nordeste.
Decía don Benito Pérez Galdós que «España
era un país de «guerrilleros, contrabandistas y salteadores de caminos».
Hablemos francamente: mucho han cambiado las cosas, pero si forzamos levemente las
metáforas caeremos en la cuenta de que a unos personajes les podemos calificar
de contrabandistas, a otros (sin exageración alguna) podríamos endilgarles lo
de salteadores de caminos y finalmente tenemos guerrilleros –sin trabuco y
sombrero calañés-- que deambulan por
salones de pasos perdidos y hallados en el templo. Haríamos caricatura, pero no
exageraciones.
La rutina sigue en Cataluña: el partido
más confuso de Europa, el partido abacial de Oriol Junqueras –léase Esquerra Republiana de Catalunya— junto al partido más revuelto de Cataluña, la CUP, se han quedado medio embarazados el
uno de la otra este fin de semana: se acepta a medias que Aragonès García sea el presidente de la Generalitat
hasta que el diseño del reparto de la túnica sagrada sea también –a medias o
totalmente-- del gusto de Waterloo, que de momento es el ganador fáctico de
las pasadas elecciones.
Podría ser –no lo aseguro
tajantemente-- que Waterloo acentuara
sus zascandileos para que pase el tiempo camino de la repetición de elecciones.
Lo apunto, aunque sin apostarme cinco duros.
Lo peor de todo esto es: que la marcha
hacia la decadencia se ha convertido en rutina. Es decir, en esa «costumbre o hábito adquirido
de hacer algo de un modo determinado, que no requiere tener que reflexionar o
decidir».
De igual modo, la rutina sigue en la
meseta: se ha perdido la moción del Mar Menor; de acuerdo, de manera
subvencionada, tamayazo 4.0. Pero la ley de la monotonía exige el castizo del
mantenella y no enmendalla. Pues bien, tal como están las cosas ¿qué quita o
qué pone un cambio –si es que se produce-- de gobierno en esa autonomía?
Conclusión aproximada: pugna de rutinas
y monotonías, camino de la decadencia, entre la cabeza, el tronco y las
extremidades de la piel de toro. Podría llegar el día en que «lo primero es
antes» tenga tanto significado como el teorema de Juan de Dios Calero: «el diámetro de un sombrero sevillano
debe ser proporcional al colodrillo de un hacendado de Sanlúcar de
Barrameda».
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