Hace
cinco semanas que se celebraron las elecciones autonómicas catalanas. Los
diputados independentistas tienen la orden taxativa de seguir haciendo la
siesta «en pijama y orinal», sólo interrumpida para elegir a la mesa de la
cámara.
Nos
dice Lola García, periodista que no tira de la
estética tremendista, que «El acuerdo entre los dos grandes partidos está
verde. Las cinco semanas transcurridas se han dedicado a discutir sobre todo
sobre el futuro del procés». Ya lo
han oído ustedes: en esta situación tan enrevesada los hierofantes del
independentismo parlotean de lo que fue a trancas y barrancas, de lo que pudo
haber sido y no podía ser. De eso hablan como sobreentendido del reparto de la
túnica sagrada y –antes de ello, como más principal-- del papel de Waterloo en el salón del ángulo obscuro de las
instituciones, junto a la olvidada arpa del poeta sevillano.
Los
anarco libertarianos de Waterloo proponen algo así como una pantalla exterior,
el Parlament, que simularía cubrir las apariencias. La cámara fetén sería el
Consejo Nacional de la República Catalana que, desde el caserón belga,
´legislaría´ sobre la vida y milagros de la sociedad catalana. De media
sociedad catalana, se entiende. Más sofisticación: al igual que el sistema
consular de la época de la Roma republicana tendríamos dos cónsules, en sistema
de colega: Puigdemont y Aragonès García. Cuando se
aclare esta pipirrana se pasará al segundo punto del tripudio: quién está al
frente de los negociados del Gran parné y quiénes se ocupan de la cosa de los
medios, ya saben, TV3 y demás hojas parroquiales. En resumen, quien se encarga
de mantener los los establos de Augiás.
Seguimos
en el hoyo.
Esa
es la vida del florido pensil del independentismo. No obstante, la vida real va
por otros derroteros: la pandemia y su guadianesco comportamiento, el desorden
de las vacunas, las penurias económicas de centenares de miles de personas, los
movimientos peristálticos en las tripas de las instituciones madrileñas y sus
repercusiones de toda laya.
Punto
y seguido.--- El personal sanitario sigue cumpliendo como el primer día. Nadie
le aplaude ya desde los balcones. El otro día, ¿qué menos?, invité a un
cafelito a mi ATS.
Y
volví a casa pensando en don Venancio Sacristán con su «Lo primero es antes».
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