«La
estructura, dura», nos decía Quim González en la
larga sobremesa de ayer en Pineda de Marx. El
juego de espejos era inevitable: de un lado, el sindicalismo confederal con sus
andamios duraderos, dando hospitalidad a miles de militantes, esa estructura,
dura; de otro lado, la vaporosa realidad de ´inscritos´ en tal o cual organización
política que, en el mejor de los casos, exhibe su activismo estético en esos
patios de vecinos que llamamos redes sociales. Algunos de estos partidos han
desaparecido del mapa; otros están en lista de espera de hacer mutis por el
foro.
La
aparición y el uso de la tecnología –las redes sociales en cuestión— han revolucionado
la vida y la cultura políticas de izquierdas, derechas y sus islas adyacentes. Palmiro Togliatti, el legendario dirigente comunista
italiano (es cosa de recordarlo ahora cuando Covadonga Ayuso está sobando la cosa del
comunismo) planteaba que «en cada campanario tenía que haber organización,
estructura». La lucha de ideas –en opinión de Togliatti-- estaba ligado a la organización del debate y las
ideas. No tenía que ser una tertulia de amigables conversadores que discuten a
la remanguillé sobre política. Quienes siguieron esas enseñanzas y, mientras lo
hicieron con sabiduría, avanzaron políticamente, se consiguieron avances sociales
y se fortaleció la democracia. Las redes sociales insinuaban que podían ser un
buen complemento.
Pero,
en un momento dado, se decidió que sólo con la potencia de las redes sociales
bastaba para hacer política. Y, comoquiera que su comodidad era manifiesta, el
artefacto, poderoso coadyuvante, se convirtió en el instrumento único y
fundamental. El chirimbolo podía estar simultáneamente en todos los campanarios
de Togliatti, pero no hacia organización y, por lo tanto, no creaba estructura.
Usar
solo y solamente el chisme tecnológico fue algo que se decidió a cosica hecha. La
reunión presencial ya se consideraba un engorro y, por encima de todo, una
fuente de opiniones que corrían el peligro de cristalizarse y devenir en
escisiones y cosas similares. La síntesis perdió pedigrí en favor de la vara de
mando. O sea, del líder al que progresiva y gratuitamente se le iba creando un
hálito de carisma. Su lema: «Roma locuta causa finita». Reapareció el culto al
líder.
Dicen
algunos pisaverdes de la modernidad que eso –justamente eso— es lo moderno. Pero
eso es volver a los grupos políticos del siglo XIX, que también relata don Benito Pérez Galdós en sus Episodios
Nacionales. El partido eran don Fulano, don Zutano, don Mengano, don
Perengano o Perencejo. El local, los salones del Casino.
Pregunta:
¿tienen las izquierdas madrileñas –incluídas las testarudamente tuiteras-- estructura para hacer frente a la que se le
viene encima? No lo olviden: «la estructura, dura».
Post
scriptum.--- Me levanto, me tomo mi café
mañanero y leo: «Antón Costas, presidente del
Consejo Económico y Social». Y, agarro mis castañuelas con un repiqueteo a lo Lucero Tena.
«Lo
primero es antes», enseña don Venancio Sacristán.
(En la foto de hace años, la Muchacha del 78 y Salva López)
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