martes, 22 de octubre de 2019

¿Qué echan en Barcelona?: confusionismo


Escribe Ángel de las Rosas*

La reciente sentencia del Tribunal Supremo ha sido valorada como injusta por parte del independentismo y también por una parte de la sociedad catalana no identificada con el proyecto independentista, pero situada críticamente frente a la acción de los poderes estatales. Algún querido amigo me ha dicho: la sentencia es injusta y punto; yo añadiría: y puntos suspensivos…

Las movilizaciones de estos últimos días tienen como frontispicio movilizador la calificada como injusticia de la sentencia, actuando como un marco mental que ha puesto en marcha un mecanismo para sentir y vivir como injusta la decisión del alto tribunal. Y puntos suspensivos… Se ha construido un sentimiento, que recuerda, de alguna manera, aquella popular frase: “el Barça és més que un club”, desgastada por la globalización de las marcas. Sin embargo, no debemos ignorar que la respuesta a esta sentencia injusta es más que una respuesta a la sentencia injusta. Y puntos suspensivos… Porque es obligatorio preguntarse: ¿cuál hubiera sido una sentencia justa?

Intuyo que para la gente que se ha movilizado esta última semana de manera multitudinaria y pacífica en términos generales la sentencia, fuera la decisión judicial la que fuera, no hubiera sido calificada en ningún caso de justa. Tampoco ni mucho menos para aquellos otros que han decidido que el pacifismo que no ha cumplido las expectativas debía dar paso al enfrentamiento violento en la calles. La sentencia ha sido adjetivada también de otras maneras: monstruosa, irresponsable, etc. No soy jurista, pero ante el alud de calificaciones me acojo a la interpretación del exfiscal José María Mena: ha sido desproporcionada y ha adquirido una dimensión política. La respuesta a la sentencia injusta es más que una respuesta a la sentencia injusta. Lo que habría supuestamente representado no un punto y final sino unos puntos suspensivos, se ha presentado como un principio. Se ha pasado del cabreo, de la utopía con sonrisa disponible a los días de ira por una sentencia injusta.

En Barcelona, metonimia de Catalunya estos días y casi siempre, han convivido particularmente el cosmopolitismo del turismo masivo, las “merindades” de la “Catalunya insurgent” con sus columnas organizadas, festivas y familiares, y la escenificación de baja producción pero de alta intensidad de una revuelta en las calles con eco del 68 versión 2.0., pardon, pardon!

Un analista de la situación concreta diría que en Barcelona han venido echando una sesión continua de los últimos estrenos seriales: “Una disputa de banderas”, “Rauxa i seny”, “Pragmatismo o postureo” y “Gorilas en la niebla”, con estreno, eso sí, en todas las teles de España. Algunos afirmaron que el viernes 18-O (para seguir empleando los códigos antiguos y modernos de bautizar una fecha con números y letras) iba a ser un día histórico en Barcelona. Inciso: soy de la opinión que la calificación de histórico/a desde hace tiempo desmerece los acontecimientos dada la inflación de los llamados días históricos en el calendario a lo largo de los últimos años: al final se conseguirá convertir la crónica de hoja parroquial en Historia.

Bien, iba diciendo que en ese 18-O coincidían dos acciones de protesta, por un lado, una “huelga general” llamada “huelga general de país”, necesitada de dos adjetivos para reforzar sus objetivos y ocultar los ribetes de lockout, y la movilización de miles de personas que se concentrarían en una manifestación a las 17 horas en el centro de la capital catalana. La primera, por las informaciones de que disponemos ha tenido un seguimiento relativo, relativamente escaso; la segunda, por las noticias que tenemos, ha sido masiva, más de medio millón. Ha pasado algo en Barcelona. Pero también ha venido echándose en sesión continua algo en Barcelona. La naturaleza de ese “algo” es difusa.

En primer lugar, convocar una huelga que ha sido un boicot a una sentencia, a pesar de los apoyos gubernamentales con los que cuenta, y esto no es moco de pavo. En segundo lugar, hemos tenido la confirmación de que “las masas” han sido sustituidas por las “manifestaciones en masa”. Lo novedoso ha sido el refinamiento alcanzado en la adopción de los principios del movimiento intelectual francés del “Situacionismo”, la espectacularización de la política, la política espectáculo. Ya se sabe de la tradicional influencia parisina en la cultura catalana. Pero su traducción ha dado un resultado pobre, escaso, escenas de patio de colegio: el ahora no se hablan ni se juntan, el estira-i-arronsa (el tira y afloja), el y-ahora-qué… El confusionismo a destajo. La construcción de una inflación de relatos con escaso correlación con la realidad. Hoy el confusionismo emerge como una religión política propia del procesismo, sin tener más que ribetes aparentes y de poco fondo en su trasposición local del confucionismo oriental, al que se le hace un niño made in Hong Kong. Confusionismo como religión de Estado o de (para)Estado. Ante esta situación es la defensa del autogobierno lo que está en juego.

Esta defensa es una posible vía para evitar que se abra la indignación de otra parte de la sociedad catalana ante los indignados de esta semana. Por eso mismo espero que PSOE demuestre que no sólo es el partido de la anti-derecha, sino que también es un partido de izquierdas, porque a una situación que no es similar no se puede ofrecer una respuesta análoga a la de octubre de 2017, por mucha presión que se tenga. La defensa del autogobierno es lo que está en juego. Por eso espero que ERC demuestre que no sólo es un partido muleta de la derecha catalana, sino que es un partido de izquierdas, porque no se puede ofrecer una respuesta análoga a una situación que no es similar. Lo que está en juego es la defensa del autogovern. Sería necesario descartar el falso dilema entre lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro..., es decir, entre un extremo y otro. Cuanto más lejos está un acuerdo, más necesario se hace. Parole, parole, parole…, vale, sí, son palabras, pero sin palabras no hay acuerdo, sin acuerdo no se producirá un desempate. Palabras todavía. Para el acuerdo se necesitan partes y contrapartes, propuestas y proyectos, fin de la visión cortoplacista, esto es, de 1º de Marcelino Camacho. Lo que se exige es moderación y paciencia como virtudes revolucionarias, algo que no excluye acción y decisión para que cualquier cambio, no digo ya revolución, no alcance a los implicados reunidos echando una mano de cartas, en sus ratos de asueto. Y como al parecer hoy estamos en la onda de la moda parisina otoño-invierno: seamos irrealistas, pidamos lo posible.   
     
        ·         Ángel de las Rosas, Doctor en Ciencias Marcelinocamachianas


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