Errejón tiene todo el derecho del mundo a
presentarse por donde quiera y pueda, lo que incluye naturalmente la
circunscripción de Barcelona. Por eso no es de recibo que alguien le haya hecho
llegar que si presenta candidatura en Barcelona será considerado, poco más o
menos, como un casus belli. La prensa atribuye esa amenaza a los Comunes. Soy del parecer que eso no
cuadra con el talante remilgadamente libertario de esa organización. En suma,
más parece una deposición de Radio Macuto.
Creo
que Errejón tiene mucha vida política por delante, siempre y cuando mantenga
esa actitud reposada, que nada tiene que ver con algunos de sus viejos amigos –hoy
íntimamente adversarios-- espasmódicos
unos, populacheros otros. Y, sobre todo, tendrá más vida si es consciente de
que la palabra dada (especialmente si se ha hecho urbi et orbi) es un valor en
sí mismo en los sectores de la izquierda digna y dignificada.
Errejón
hizo su juramento de Santa Gadea: no se presentaría en aquellas
circunscripciones donde pudiera quebrantar a las izquierdas. Un servidor, con
la retranca que da el paso del tiempo, me dije, confiado, «ya se verá». Sin
embargo, hay quien se empeña en dar la razón al viejo refrán: cuando el río
suena agua o piedras lleva. Con todo, nótese que las campañas electorales y la
lucha política, por lo menos desde los tiempos de Pericles,
es también una áspera contienda de bulos con o sin fundamento.
En
todo caso, poca agua lleva el río Errejón en Barcelona. Se dice que podría
apoyarse en el grupo que le acompañó en el ruidoso Vistalegre 2 y en el sector
federalista de los comunes. Pero si el joven político echa cuentas podrá llegar
a la siguiente conclusión: sus amigos barceloneses más directos eran escasos y el
sector federalista –tan lúcido como inapetente de acción política práctica-- ha hecho voto de obediencia a la cúspide. Podrían
votar a Íñigo de pensamiento, pero de obra irá a la Madre Superiora. En suma, Errejón
no tiene necesidad de que, mientras viva, sea recordado por la cal viva que
significa la ruptura de la palabra dada.
Por
lo tanto, hay que apechugar con la palabra dada. Lo que ocurre por haber
olvidado a Napoleón: «El mejor método para
cumplir con la palabra empeñada es no darla jamás».
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