Antes morir que pecar enseñaban
los curas de tiempos antiguos. De esta manera aplicaban aquello de consejos
vendo que para mí no tengo. Naturalmente nosotros seguíamos pecando sin
remordimiento de conciencia. ¿Cómo íbamos a perdernos la película Gilda o no ir al Teatro circo Chino de Manolita Chen? Pecábamos y después nos confesábamos
con don Luis El Dormío que, según se
decía en la Vega de Granada, no se enteraba de nada de lo que nos acusábamos.
Pues bien, este es el mandato de
la catequesis del procés catalán,
todavía en manos del presidente Carles
Puigdemont: antes cesar –si no dimiten antes—a quienes quieren pecar o
pecan por su tibieza en torno a la consulta, disfrazada con las ropas de un
referéndum. Primero despidió al consejero Jordi Baiget por haber hecho unas declaraciones en los medios que no se
ajustan a la ortodoxia granítica del mencionado procés. Baiget declaró, sobre
chispa más o menos, que él estaba dispuesto a ir a la cárcel, pero no a perder
ni un pelo de su pecunio. O sea, su producto interior familiar (PIF). Para
entendernos, era un compromiso a medias: todo por el espíritu, nada por la
carne.
La
doctrina Baiget llamó la atención de ciertos altos cargos de la Generalitat.
Consideran que ese «todo por la Patria» es excesivo. Y se amplió el run run. Lo
que se decía en las covachuelas del Palau fue recogido por los medios. Que no
era un bulo queda demostrado porque el bueno de Puigdemont citó a los
consejeros de su partido –PDeCAT, antigua Casa Convergència-- exigiéndoles antes morir que pecar. Hipótesis
fiable: más de un consejero le dijo que no estaban dispuestos a perder la
hacienda. Decimos que la hipótesis es fiable porque el mismo presidente ha
puesto de patitas en la calle a tres consejeros. Sólo los que estén dispuestos
a perder la vida –y no pecar-- podrán
acceder a la poltrona. Lo que, bien mirado, me parece normal. No tengan reparo
en calificarlo de purga con el sambenito de tibios ante el referéndum. En todo
caso, los tres purgados siempre podrán decir con el santo labrador castellano
aquello de «aré lo que pude». Con lo que se entra en la tercera fase de esta
historia tan inquietante la que estamos viviendo en Cataluña.
La
primera fase o la de las sonrisas y corazones. La segunda o la aparición de
actitudes iracundas y exaltación del patriotismo didascálico de Puigdemont. Y
la tercera, la de las purgas en las covachuelas de la margen derecha de la
Plaza de Sant Jaume.
De
lo que prudentemente saco estas consideraciones. En las autoridades políticas
del independentismo hay algunas porosidades que impugnan su apariencia
granítica. El talón de Aquiles está en la billetera. Que indicaría que la oda a
la patria es una variable independiente del pecunio personal de los que
prefieren pecar a morir. De donde se infiere que el lema es el viejo constructo
de «la péla es la péla», de profundas raíces fenicias. Porque la oda a la patria siempre tiene estas
interferencias pecuniarias.
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