1.-- Demos por seguro que esta
tarde Rajoy, el
hombre de Pontevedra, será investido presidente del Gobierno. Sin dar un palo
al agua, dicen personas medianamente informadas. Ni un gesto, ni una quista.
Las cosas como son: ¿estando como están las cosas, a santo de qué iba a
molestarse en mover un dedo? Rajoy se ha apoyado en el quicio de la mancebía a
esperar que pasara el cadáver de cada uno de sus adversarios. Que han acudido
puntualmente a la cita.
El hombre de Pontevedra ni
siquiera se ha limitado a resistir, solamente a esperar. Sabía que sus
adversarios no pasarían el Rubicón. Por lo tanto, hacer algo podía estropear las cosas. De hecho, Rajoy disponía de dos
tipos de información: una, la que sabemos todos; otra, la que provenía ex officio del secretario general
perpetuo y sus sucursales.
Lo que sabíamos todos: que las
izquierdas, en vez de presentar una alternativa, cada una de ellas sólo estaba
interesada en ser la fuerza principal de referencia en el Parlamento. De ahí
que siguieran la máxima latina: mors tua,
vita mea. Que alguien tradujo de esta manera: para que yo viva, necesito
que te mueras. Y para mayor precisión: cada una por su lado entiende que la
muerte de la otra es una condición indispensable para su propia vida. Condición
indispensable.
Lo que sabía, como información
privilegiada, el hombre de Pontevedra: que el Negociado de Viejas glorias haría
lo posible y lo imposible para abortar cualquier operación que fuera a mayores.
El tañir de las campanas con su gori gori lo celebran.
2.— El PSOE hará una oposición de funambulismo. De
un lado, no puede dejar que Podemos monopolice la acción política de crítica al
Partido Apostólico; de otro lado, ha tomado nota del chantaje que les ha
enviado Rajoy en el discurso del pasado jueves: ojito con lo que hacéis, no me
arañéis el escroto, mira que convoco nuevas elecciones. Más todavía, el PSOE ha
tenido que aguantar, impávido, que Rajoy tratara por lo bajinis a Iglesias como
jefe de la oposición. Así pues, el PSOE tendrá que pactar con el PP incluso el
estilo de su oposición. O, lo que es lo mismo, no puede perder comba contra
Pablo Iglesias, el Joven, pero mirando con el rabillo del ojo al hombre de
Pontevedra. Un PSOE, además, sin jefe reconocible en el Parlamento y con una
gobernanta de planta en Ferraz.
Quedemos, en definitiva, que
esta tarde el hombre de Pontevedra, impulsado por la estupidez crónica de las
izquierdas, será elevado nuevamente a los altares. Y, se quiera o no, esa será
la realidad.
La realidad, he dicho. Sin
embargo, eso de la «realidad» puede ser algo evanescente. Por ejemplo, veo en
el afamado blog El café de Ocata cómo alguien caracteriza eso,
la realidad: Se define el barroco como «Periodo de la historia del arte y de la
música que duró todo el siglo XVII y parte del siglo XVIII. Reconocemos a los
compositores barrocos por su característica peluca». Una definición tan falsa
como los viejos duros sevillanos: puedo dar una lista de músicos barrocos que
no llevaban peluca, empezando por el excelso Claudio
Monteverdi.
Mordaz don Gregorio Luri. Y discreto, porque no quiere avergonzar
al autor de esta frase dando su nombre.
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