Ya conocen ustedes los
resultados. Son, sin lugar a dudas, una humillación. La derrota ha sido tan
formalmente inesperada que cuesta trabajo dar una explicación con cara y ojos de
lo sucedido. Y mucho me temo que oiremos pocas voces sensatas que expliquen con
fundamento el resultado de estas elecciones: el Partido Apostólico saca pecho e
incrementa su representación, los socialistas retroceden nuevamente y Unidos
Podemos pierde más de un millón de votos con relación a las anteriores
generales.
Hasta la presente conspicuos
dirigentes del PSOE, especialmente doña Susana Díaz y la cabeza de cartel por Barcelona, parecen conformarse con: menos mal
que hemos frenado a Podemos, la primera; la culpa de esto es de Podemos, la
segunda. Que en el fondo son la traslación del viejo aforismo «mors tua vita
mea» y del chusco «tuerto yo, ciego tú». Que, en todo caso, ni siquiera
pretenden explicar lo ocurrido.
¿Por qué ha ocurrido este
descalabro caballuno? Les confieso sin rubor alguno: no tengo la menor idea. Yo
hacía como aquel Vicente que estaba en la corriente de lo que decía (una parte
de) la gente. Por si alguien ha leído en
diagonal repito: no tengo explicación razonada de lo que ha pasado. Y,
aunque todavía es pronto, todavía nadie ha explicado los motivos.
Cierto, se multiplican los
comentarios de que los resultados del brexit nos han jugado una mala pasada.
Tal vez. No tengo los datos suficientes para llegar a dicha conclusión. Así es que, para futuros
comentarios, pongo en barbecho ese motivo. De momento lo único que puedo decir
es una obviedad de analista de barriada: de un lado, en los cielos hay más
gaviotas; de otro lado, la izquierda que
no reforma y la que no transforma han perdido plumaje.
Ahora bien, tan sólo se me
ocurren dos sugerencias: las izquierdas, que han salido derrotadas, deben
evitar que, a partir de ahora, la legítima competición política se oriente, tras esta derrota, en más división; para ello, cada
cual debe partir de sus propias responsabilidades en su fracaso particular, no
en el del otro. Y algo más, las casas de las izquierdas, políticas y sociales,
tienen demasiadas goteras, muchos desconchados y, con los postigos cerrados,
hay poca ventilación. Ni con una mano de pintura se resuelve el problema. Se
necesitan obras estructurales desde los fundamentos al tejado, pasando por las
paredes maestras. El «quítate tú que me pongo yo» no es un mandamiento
conveniente.
Por lo demás, sigue en pie mi
indocumentación del por qué nos han dejado sin dentadura.
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