¿En qué manos estamos? Es una
pregunta pertinente tras el nuevo escándalo que ha protagonizado el beato
Fernández, ministro de Interior y de otras gomas y lavajes.
Ya saben ustedes una parte de
los últimos sucedidos. Analistas de pluma templada han hablado ya de las
primeras derivadas políticas, éticas y morales de lo que se ha dado en llamar
el fernándezgate. Nuestras consideraciones irán por otros
derroteros. Que un ministro se dedique a investigar ilegalmente a políticos y
sus familiares en beneficio de su propio partido, es algo que atenta contra las
paredes maestras de la democracia y del Estado de derecho. En esas condiciones,
tales covachuelas se transforman en cloacas. Y comoquiera que el origen de este
escándalo está en el despacho oficial del ministro, esta buhardilla deja de ser
un aparato del Estado para convertirse en una sentina. Más todavía, de las
grabaciones se desprende que ese caballero informa a Mariano Rajoy de lo que se
trae entre manos y al Fiscal general --«esto la fiscalía te lo afina, haremos
una gestión»-- que será encargado de aquilatar las argucias legales para
emplumar a los que piensa investigar, los dirigentes políticos catalanes
soberanistas y sus familias. Convirtiendo al uno y al otro en sendos almacenes
de estiércol.
Ahora estamos en condiciones de
afirmar que la sospecha de que el beato Fernández es un agente activo de la
conspiración se ha convertido en certeza. Es un agente compulsivamente activo
de una extraordinaria torpeza. Si el diálogo entre el beato Fernández y su
interlocutor fue grabado en la sede oficial de Interior, Gomas y Lavajes parece
claro que es –por decirlo de una manera suave-- una considerable falta de
pericia. Y tres cuartos de lo mismo podemos decir si fue de otra manera. Quiero
decir que incluso como conspirador, este Fernández es un chapucero.
¿En qué manos estamos? Todo
indica que este Fernández es una persona superlativamente ineficaz, incapaz de
ofrecer la aproximada seguridad a la ciudadanía en este mundo tan convulso,
amenazado por el terrorismo y otras lacras contemporáneas. Estamos, pues, en
las peores manos, y estoy convencido que, además, las cancillerías europeas se
han llevado las manos a la cabeza y se pensarán mucho qué niveles de
información compartirán con este caballero y el equipo que se rodea.
Leo en un periódico barcelonés
que, aprovechando el fernándezgate,
una breve reseña sobre Fouché,
retratado magistralmente por Stefan Zweig.
No hay nada que comparar. Fouché, desde su siniestra grandeza, fue magistral.
Nunca le pillaron en un renuncio. Este Fernández es un aprendiz al que se le ha
pillado con las manos en la masa, sólo protegido por la mayoría absoluta de su
partido. Más concretamente, Fouché fue un profesional, Fernández es simplemente
un chusquero.
Nuestro país necesita algo más
que un baldeo. El Partido Apostólico está totalmente desacreditado, también, en
los grandes asuntos de la seguridad de la ciudadanía. Rajoy y Fernández se han
empeñado en ese descrédito.
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