(Una brevería)
Pienso que nuestro país cuenta
con un número apreciable de buenos periodistas. La novedad está en que hay
muchas mujeres sobresalientes. Mi observación es que, en no pocas ocasiones, se
juntan a esta buena profesionalidad dos elementos que difuminan esta cualidad
que comento. Es en los medios televisivos donde aparecen dos defectos que
empiezan a arraigarse. De un lado, la
manía casi espasmódica de interrumpir constantemente al entrevistado, al que no
se le deja terminar la respuesta. De otro lado, la obsesión del periodista por
obtener la respuesta que él mismo desea escuchar. Por lo general estas
actitudes están presentes en una serie de profesionales Se diría que donde ha
cuajado más ha sido en un reducido grupo de divos que podría tener una
influencia negativa en las escuelas de periodismo y en las facultades de
ciencias de la información. Es un divismo que de manera reiterativa convierte
al periodista en la estrella de la entrevista, mientras que el otro deviene mera comparsa.
Posiblemente la cosa empezara
como elemento de corrección del cantinfleo, de la imprecisión y la vaguedad de
una serie de políticos cuyo lenguaje sirve tanto para un barrido como para un
cosido. Ahora bien, de ese intento de corrección se ha pasado a un
exhibicionismo del profesional del medio televisivo que empieza a ser asaz
cargante. Con otra novedad: el periodista de este estilo va abandonando su
estatuto de intermediador entre la política y la opinión pública, pasando a
querer ser un actor “político” más, que actúa como tal. Lo hace a través de un
estatuto auto concedido como representante de la sociedad civil, que le lleva a
una representatividad auto conferida.
En fin, Manuela
Carmena, agobiada por las interrupciones de su entrevistadora, respondió
pausadamente: «Para que tus preguntas sean útiles, déjame que acabe de
responderlas». Lo dijo sonriendo, como no dándole importancia a la cosa.
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