lunes, 6 de julio de 2020

El no—partido de Carles Puigdemont




Carles Puigdemont, antes de convertirse en el hombre de Waterloo, no era un hombre de partido, después tampoco. Sí,  militaba en la vieja Convergència democràtica de Catalunya, ahora tampoco. En cualquier caso su militancia era, antes y después,  meramente instrumental, un perifollo para poder aspirar a algún carguillo de representación popular.  Es decir, en vez de qué podía hacer por el partido se trataba justamente al revés: qué utilidad le podía deparar el partido a su persona. Incluso soportó su desubicación ideológica, porque era independentista hasta el cielo de la boca en un partido accidentalista.

En julio de 2016 se formaliza el nacimiento de un nuevo partido que viene a substituir a la criatura de Jordi Pujol. Es el Partit Demócrata Català (PDECat), que nace contra la voluntad de Puigdemont, ya presidente de la Generalitat. Puigdemont es el gran derrotado de ese congreso fundacional. El caballero hubiera deseado que naciera otra cosa. Concretamente, un movimiento político, no un partido.  

El partido  es para Puigdemont un artefacto excesivamente rígido, necesitado de un proyecto—programa y de unas estructuras estables. Un engorro, oiga. Su diseño movimientista le viene como anillo al dedo, piensa, al sentir de un sector muy amplio de la sociedad catalana. Un ´programa´ sentimental: la independencia de Cataluña; una organización ligera de andamios; y un líder que se dirija desde el arengario a la feligresía. En concreto, nada que pueda oscurecer –ni siquiera interferir— la unción del líder que, a fuerza de ser considerado carismático por sus escribas sentados, se convierte en tal. Por eso, todos los chirimbolos políticos que ha ido creando el hombre de Waterloo iban en esa dirección: en ser a su imagen y semejanza.

Ahí radica y explica, no del todo pero sí en buena parte, la batalla de los de Waterloo contra el PDECat. No es que éstos sean adversarios de Puigdemont; es que no son totalmente de éste. Es más, se obstinan en la continuidad del partido –«con su camisita y su canesú»--  que se le insubordinó en julio de 2016 y que ha aprendido a llevarle la contraria.

La creación de este partido de Puigdemont está al caer. Su gran timonel apretará las clavijas estatutarias exigiendo obediencia búlgara. El no—partido del hombre de Waterloo es un peligro para la vida democrática de Cataluña. De esa manera surgieron en el pasado experiencias funestísimas. En todo caso, el independentismo acentúa sus rasgos de Brigada Brancaleone.  Pero que aguanta, porque la oposición no sabe jugar su papel y, tal vez, porque son incapaces de ponerse de acuerdo, por lo menos en afirmar que la suma de los ángulos de un triángulo suman 180 grados.

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