martes, 25 de febrero de 2020

Los dedos de Pablo Casado


Cada vez que sale a relucir la cuestión he mostrado mi escasísima simpatía por el método que comúnmente llamamos primarias para elegir al líder del partido. No me gusta ese tipo de plebiscitos y no han sido pocas las veces que he escrito sobre ello. Está técnica apareció como un elemento que pretendía renovar la vida interna de las organizaciones políticas y –se decía— fomentar la participación de los inscritos. Andando el tiempo, sin embargo, se han ido confirmando mis intuiciones sobre el particular: quien es elegido de esta guisa acaba siendo investido indirectamente de unos poderes omnímodos que se usarán muy directamente a las primeras de cambio. El caso más reciente, el más estridente es el de Pablo Casado.

En efecto, el primer dirigente del Partido Popular ha cesado fulminantemente a Alfonso Alonso, presidente del partido en el País Vasco. Los motivos los hemos explicado en días anteriores en este mismo blog. Lo que nos importa en esta ocasión es el estilo. Ya saben ustedes que estilo viene de estilete. El estilo por el que Casado eliminó brutalmente a Alonso es la expresión directa del imperium, esto es, el poder de mando y castigo, que aparece como resultado de unas atribuciones que, en unos casos, son estatutarias y, en la mayoría, son la conclusión de unos poderes discrecionales nunca concedidos explícitamente por la organización, pero que se han ido admitiendo –primero rutinariamente, después como uso ya convencional-- como prerrogativas del líder. Téngase en cuenta lo siguiente: Alonso es designado candidato a lehendakari por el comité electoral del partido, con sede en Madrid. Pero quien lo despeña, pocos días después, no es dicho comité sino la mano larga de Casado.

Así pues, la técnica de las primarias ha venido a empeorar más las cosas, estropeando aquello que voluntaristamente pretendía resolver. Más todavía, se han quedado en una performance que disfraza una gallina en un pavo real. 



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